100 lugares que extrañamos todos

Domingo 12 de Octubre de 2025, 21:24





En cada ciudad hay rincones que sobreviven en la memoria colectiva, espacios donde el tiempo parecía detenerse y la vida se vivía de otro modo. San Miguel de Tucumán, con su ritmo propio y su identidad de provincia intensa, tuvo decenas de esos lugares que marcaron generaciones. Cafés, bares, boliches, restaurantes, librerías, sangucherías y heladerías que fueron más que simples comercios: fueron escenarios de amistades, amores, debates, risas y despedidas. Aquí, un repaso por 100 lugares que todos extrañamos.

Bares

La Cosechera; El Molino; El Buen Gusto; El Condado; El Colón; Augustus; Coventry; Il Sorpasso; El Quijote; Sherlock; Rucafé; Bar Central; La Pomme; El Galeón; Quinquela; Las Tinajas; La Recova; Mr. Corcho; Moncloa; Café de la Plaza; Papagayo; Le Boucanier; El Ciervo de Oro.

De todos los bares que animaron la vida cultural tucumana, El Buen Gusto ocupa un lugar de leyenda. Entre 1970 y 1976, fue punto de encuentro de poetas, artistas, estudiantes y pensadores. En tiempos agitados, cuando el “Tucumanazo” marcaba el pulso de la calle, sus mesas reunían a generaciones distintas que compartían café, ideas y sueños. Por allí pasaron nombres como Dionisio Ocampo, Néstor Rodolfo Silva, Pancho Galíndez, Eduardo Ramos o Ricardo Abella. Entre el humo de los cigarrillos y el aroma del café, se cruzaban poetas, pintores y actores, en una mezcla “milagrosa de sabiondos y suicidas”, como dijo uno de sus habitués. También fue escenario de la tragedia: en 1976, de allí fue secuestrado el poeta “Cacho” Carrizo.

Rucafé fue otro punto de referencia en el corazón del centro. “Iba porque quedaba de paso entre la Sarmiento y la Normal, y porque había buenos mozos”, recuerda Saralía Molina, bióloga y ex docente. “Era el mejor café. Hoy, el de Aramis en La Gran Vía me lo recuerda”. Elena de Bertini lo evoca con nostalgia: “Salía del Consejo de Educación y me encantaba encontrarme con mis amigas. Extraño Rucafé y La Recova”.

La Recova, Moncloa, La Pomme, cada uno tenía su propio encanto. “A La Pomme ibas cuando alguien te interesaba. Era romántico, íntimo, con luces tenues”, cuenta Silvana Beltrán. En los 80, muchas jóvenes pasaban por la misa de las 19 en la Catedral y terminaban compartiendo un licuado en alguno de estos cafés. Eran tiempos de charlas largas y de noches sin apuro.

La Cosechera.

Boliches

Tiffanys; Sky; Petrushka; New Come Back; JB; Butterfly; Kinesis; Bulldog; Monóxido; Metástasis; La Fábrica; Gas Oil; NY City; Casapueblo; Hipocampo; La Cárcel; Galápagos; Nocturno; Coyote; La Barraca; Swelegant; Pussycat; Line Out; María Delirio.

Pocas cosas despiertan tanta nostalgia como los boliches tucumanos. Entre todos, Tiffanys ocupa un lugar mítico. Abrió en 1969, inspirado en una discoteca española, y cambió para siempre la noche local. “Marcamos una nueva etapa: la música, el sonido, la decoración... Todo era distinto”, recuerda Nicolás Maisano, su dueño y DJ. En sus pistas sonaban los Beatles, James Brown o Aretha Franklin. Era el lugar donde la gente se conocía, bailaba, se enamoraba y hasta festejaba los 15 de sus hijas.

Décadas después, Nocturno y Coyote redefinieron la noche tucumana. El DJ Titán (Gustavo Filgueira) los recuerda con especial cariño: “Nocturno fue un destape. La gente entendió que podía divertirse con una propuesta más artística y elaborada. Coyote, en cambio, introdujo el concepto de terrazas, con vistas y aire libre. Era hermoso, algo que se extraña”. Aquellos espacios marcaron un antes y un después, y sentaron las bases de la noche tucumana moderna.

Restaurantes

San Martín; La Ruletita; La Carpa; Confitería El Lago; Primera Confitería; Mi Abuela; Pizzería Napoleón; El Viejo Portal; El Jagüel; Rímini; Vía Flaviana; Los Dos Gordos; La Martita; Paquito; Floreal; Italia; La Nona; El Duque.

Los restaurantes de antaño eran verdaderos templos del encuentro. La Ruletita, en tiempos del esplendor del teatro San Martín, reunía a artistas, intelectuales y bohemios. “Era un placer ir. Sonaba buen jazz, se comía bien y la charla era infinita”, recuerda el escritor Dardo Nofal.
Cerca de allí, La Carpa tenía su propio público: noctámbulos, jugadores del casino, bohemios y artistas. Tucumán en los 60 y 70 tenía una vida nocturna intensa, y esos espacios eran refugios donde el teatro, la música y el arte se cruzaban con la vida cotidiana.

Heladerías

Sasor; Monte Everest; Nebraska; Laponia; San Remo.

Entre todas, Sasor ocupa un lugar especial en la memoria de los tucumanos. Fundada por la familia Sastre Ortiz, fue mucho más que una heladería. “Casi todos pasamos por el local de avenida Sáenz Peña, donde el Bombón Escocés era el rey”, recuerda el docente Eduardo Joaquín. Con productos de primera y una atención cálida, Sasor fue sinónimo de placer y ternura. Luego, en la sede de Salta primera cuadra, llegaron las tortas y las copas heladas con nombres románticos. “Allí crecimos a la sombra de un gran cucurucho de chocolate y limón”, escribe Joaquín. Pocas frases describen mejor lo que significó Sasor para generaciones enteras.

Sasor.

Sangucherías

Pitucho; Chacho; Los Eléctricos; La Palmera; Quintín; Tarquino; Wimpy.

Si hay algo que define a Tucumán es su cultura del sánguche. Estos templos del pan árabe y el sánguche de milanesa fueron el punto de encuentro después de la cancha, del trabajo o de la noche. Pitucho, Chacho o Los Eléctricos fueron parte del paisaje urbano y de la memoria colectiva. “Especialistas en matar el hambre con un manjar por poca plata”, dejaron una huella imborrable en cada generación.

Negocios

Librería Sarmiento; Casa Escassany; La Tropical; Heredia Funcional; Bombay; Persia; Grabacentro; Norte Libros; Modart; Brummel; Ñaró; Caravanas.

Cada comercio tenía su sello y su historia. Norte Libros, en 24 de Septiembre al 600, fue la meca de los lectores tucumanos. “Llegaban cajas de libros y se agotaban en horas”, cuenta Luis Marchetti, ex empleado. Era más que una librería: era un punto de encuentro para quienes amaban leer.

Bombay y Persia también dejaron huella. “Bombay olía tan bien que daba hambre apenas entrabas”, recuerda el empresario Roberto Pallotto. “Y Persia te transportaba a otros mundos con su aroma a especias”. En Modart, los tucumanos se vestían “de gente”, como él mismo bromea. Aquella mezcla de tiendas elegantes y comercios familiares conformó el pulso comercial de una ciudad que crecía sin perder su carácter.

Librería Sarmiento.

Disquerías

Yaraví; Avenida Musical; Elior; Tapatío; All Music.

Antes de la era digital, las disquerías eran templos de la música. Yaraví era la más querida: “Tenía una gran variedad y la mejor atención. En el sótano, con la escalerita, estaba el paraíso del jazz y la música clásica”, recuerda el periodista “Coco” Quintero. Los sábados se hacían los “Conciertos Phillips”, donde se escuchaba un disco completo y se sorteaba al final. Eran tardes de descubrimientos, cuando escuchar música era un ritual compartido.

Entretenimientos

Winner; Tic Tac Toe.

A mediados de los 80, Tucumán vivió una rareza que hoy parece un sueño: una pista de patinaje sobre hielo. Se llamaba Winner, y abrió en Junín 645 en 1987. “Fue un éxito: iban familias, jóvenes, había instructores y hasta un bar”, recuerda el arquitecto Ricardo Salim. Los murales de Beatriz Cazzaniga le daban un aire artístico. El encanto duró algunos años, hasta que la moda pasó. Pero nadie olvida aquella pista donde el frío del hielo se mezclaba con la calidez de las risas.

Tic Tac Toe.

Cultura

Cineteca; Video Bar; El Galpón; La Papelera.

La Cineteca fue el refugio de los amantes del cine de autor. “Se la extraña mucho —dice Oli Alonso—. Era el único lugar donde podías ver auténtico cine arte. Hoy eso parece imposible, porque las distribuidoras deciden la programación”. La Cineteca fue más que una sala: fue una escuela de cine sin cátedra, donde se formaron miradas, se despertaron vocaciones y se vivieron noches de debate hasta la madrugada.

Estos cien lugares no solo existieron en un tiempo y un espacio: siguen vivos en los recuerdos de quienes los habitaron. Fueron escenarios de una Tucumán más lenta, más humana, donde cada rincón tenía su historia. Y aunque el tiempo se los haya llevado, siguen ahí, en la memoria colectiva, esperándonos en el mismo lugar donde alguna vez fuimos felices.