Sábado 25 de Octubre de 2025, 07:21

Bazán Frías es un santo popular en Tucumán
Andrés Bazán Frías nació en los márgenes de San Miguel de Tucumán en 1895, en el barrio conocido como Los Siete Lotes, dentro de Villa Alem. En una provincia que crecía entre los contrastes del ingenio azucarero y la miseria de los suburbios, su vida fue el retrato de una época: pobreza extrema, trabajos precarios y una sociedad que empezaba a dividirse entre el centro y las orillas.
Hijo de una familia humilde, desde muy joven trabajó como yesero y mozo en cafés del centro tucumano. Ese contacto con los dos mundos —el de los pobres del sur y el de los acomodados del casco urbano— lo marcó para siempre. Las primeras crónicas sobre su vida lo muestran como un joven rebelde, desafiante, habituado a las peleas y a los conflictos con la policía. Su paso por la cárcel lo transformó en lo que luego sería considerado el delincuente más famoso y legendario de la historia tucumana.
Las primeras detenciones de Bazán Frías ocurrieron por riñas callejeras. Con el tiempo, las acusaciones se multiplicaron: robos, agresiones y enfrentamientos con la fuerza pública. En aquellos años, Tucumán vivía un proceso de urbanización acelerada; los suburbios eran territorios sin control, donde la policía actuaba con violencia y los pobres vivían bajo sospecha permanente.
En ese contexto, Bazán se convirtió en símbolo de rebeldía. Se decía que robaba a los ricos para repartir entre los necesitados, que ayudaba a las familias humildes de su barrio y que nunca le hacía daño a los pobres. La historia lo consagró como un “Robin Hood tucumano”, aunque no existen pruebas firmes de que haya actuado con ese propósito.Su fama creció al mismo ritmo que su prontuario. Para la policía, era un delincuente peligroso; para muchos de los suyos, un justiciero. Los relatos orales sostienen que recorría las calles de noche, escapando de las patrullas, y que conocía como nadie los pasadizos y los baldíos de Villa Alem.
La gran fuga
El episodio que selló su leyenda ocurrió el 29 de septiembre de 1922. Ese día, Bazán Frías protagonizó una espectacular fuga de la Penitenciaría de Tucumán junto a un cómplice, Martín Leiva. En medio del escape, murió el bombero Ramón Saldaño, alcanzado por una bala. A partir de entonces, la policía desató una cacería que duró meses.
Bazán fue visto en distintos puntos de la provincia y su figura empezó a crecer en el imaginario popular. Algunos aseguraban haberlo ayudado; otros, haberlo visto aparecer en los montes del sur o escondido en casas humildes. La prensa lo señalaba como enemigo público, pero en los barrios pobres su nombre ya se pronunciaba con respeto.
Muerte y nacimiento del mitoEl 13 de enero de 1923, la persecución llegó a su fin. La versión más conocida dice que Bazán Frías fue abatido por la policía mientras intentaba trepar el muro del Cementerio del Oeste, en la capital tucumana. Llevaba encima varias armas y heridas de bala. Tenía poco más de 30 años.
Su cuerpo fue trasladado al Cementerio del Norte, el de los sectores populares, donde fue enterrado sin honores. Pero allí comenzó otro capítulo: el del mito. Con el tiempo, su tumba se transformó en lugar de devoción popular. Los tucumanos comenzaron a dejarle velas, flores, botellas de vino y placas de agradecimiento. Muchos presos y familiares de reclusos lo veneran como un santo protector, un intermediario de los olvidados.
Entre la historia y la leyendaA cien años de su muerte, la figura de Bazán Frías sigue dividiendo opiniones. Para unos fue un criminal violento, un ladrón que sembró miedo y desobediencia. Para otros, fue un símbolo de dignidad popular, alguien que desafió a un sistema injusto y que murió por no someterse.
Lo cierto es que su historia expresa las tensiones sociales de una época. Bazán Frías surgió de la pobreza estructural de Tucumán, en un tiempo donde los márgenes eran un territorio sin derechos. La violencia policial, las cárceles precarias y la exclusión social moldearon su destino.
Décadas después, su figura trascendió los expedientes policiales. Fue llevada al cine, a la literatura y al teatro. En 2019, se estrenó un documental filmado con internos del penal de Villa Urquiza que recrea su vida, y su tumba continúa recibiendo visitas diarias.
El reflejo de un puebloBazán Frías es hoy más que un personaje del delito: es una figura cultural. Su nombre está en canciones, murales y relatos orales. En los barrios de Tucumán, su historia se transmite de generación en generación, como ejemplo de coraje frente al abuso del poder.
La suya es una historia que mezcla crimen, injusticia y redención. Un relato que habla tanto del hombre como del entorno que lo creó. Andrés Bazán Frías fue, en definitiva, el espejo de una sociedad desigual: un joven pobre que eligió la rebeldía y que, con su muerte, se transformó en mito.
Su tumba, todavía hoy encendida por velas, recuerda que incluso los marginados pueden ser santos —o héroes— cuando el pueblo decide que su memoria vale más que sus pecados.
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