Miércoles 29 de Octubre de 2025, 21:02
Por las avenidas de Tucumán circulan muchas historias, pero pocas tienen el encanto y la audacia de aquella idea que, a comienzos de los años ’90, intentó anticipar el futuro del transporte urbano: un tren elevado que recorrería la avenida Mate de Luna desde el centro de San Miguel hasta Yerba Buena. El impulsor fue el entonces intendente Rafael Bulacio, que con visión modernizadora quiso transformar la fisonomía de la ciudad con un proyecto que, de haberse concretado, habría cambiado para siempre la movilidad tucumana.El proyecto se gestó entre 1991 y 1992, durante la gestión de Bulacio al frente de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán. La idea central era clara: descongestionar el tránsito de la avenida Mate de Luna, que ya por entonces mostraba signos de saturación, y crear una conexión rápida y moderna entre el centro y el oeste, anticipando el crecimiento urbano de Yerba Buena y los barrios residenciales que comenzaban a expandirse en esa dirección.
Inspirado en experiencias internacionales —especialmente de Brasil, Japón y México, donde los trenes livianos o monorrieles urbanos se habían convertido en símbolo de progreso—, Bulacio propuso un sistema elevado eléctrico que combinaba eficiencia, bajo impacto ambiental y modernidad estética.
El diseño conceptual presentaba una línea elevada que partiría desde las inmediaciones de la Plaza Independencia, seguiría por avenida Mate de Luna y llegaría hasta el Parque Guillermina y el Camino del Perú, con una extensión prevista de unos 10 kilómetros. En una segunda etapa, se proyectaba extenderlo hasta Yerba Buena, en paralelo al crecimiento inmobiliario que ya despuntaba en la zona.
El tren sería liviano, con formaciones de dos o tres vagones, alimentado por energía eléctrica. Circularía sobre una estructura de hormigón armado que se apoyaría en columnas instaladas en el cantero central de Mate de Luna.
Las estaciones se ubicarían cada seis o siete cuadras, en puntos estratégicos como avenida Colón, Paso de los Andes, Pellegrini y Camino del Perú.El costo estimado rondaba entre 30 y 50 millones de dólares, una cifra elevada para los recursos del municipio tucumano de aquellos años. Se esperaba conseguir financiamiento internacional, pero las gestiones no llegaron a concretarse.
Rafael Bulacio.
La idea del tren elevado no surgió de manera aislada. Formaba parte de un Plan de Modernización Urbana que Bulacio intentaba implementar: semáforos inteligentes, estacionamientos subterráneos, peatonalización parcial del microcentro y reorganización del transporte público.
Durante su mandato se presentaron maquetas y bocetos del tren en exposiciones municipales y ferias, que mostraban vagones aerodinámicos y estructuras limpias, de líneas futuristas, elevándose sobre el verde de los canteros. El intendente defendía su propuesta como “una inversión para el siglo XXI” y aseguraba que el sistema sería “autosustentable” con el cobro del pasaje y la participación privada.
A pesar del entusiasmo, el proyecto pronto enfrentó una realidad dura: la falta de fondos y el poco respaldo político. La provincia, gobernada entonces por el justicialismo, no acompañó la iniciativa del intendente radical, y el Concejo Deliberante tampoco mostró gran predisposición para aprobar una obra de esa magnitud.
Las críticas apuntaban al alto costo, la viabilidad técnica (por el ancho limitado de la avenida) y la prioridad de otras necesidades urbanas más urgentes. Los opositores calificaron el tren como una “fantasía faraónica”, impropia de una ciudad que aún tenía graves déficits en pavimentación y servicios.El tren elevado nunca pasó de la fase de anteproyecto técnico. No hubo licitaciones ni financiamiento externo. Con el paso de los años, la idea se fue desvaneciendo, hasta quedar en el recuerdo colectivo como uno de esos sueños de modernidad que Tucumán acarició pero no pudo concretar.
Sin embargo, el proyecto de Bulacio no fue en vano: anticipó debates que siguen vigentes tres décadas después.
Con el paso del tiempo, el “tren de Bulacio” se transformó en una anécdota urbana, mencionada con nostalgia cada vez que Tucumán discute proyectos de movilidad moderna. Muchos lo recuerdan como una idea adelantada a su tiempo, más propia de una metrópoli del futuro que de la Tucumán de comienzos de los ’90.