Sábado 01 de Noviembre de 2025, 11:25
Fue una mañana de verano que Tucumán nunca olvidó. El 1 de febrero de 1965, un tren de pasajeros que llegaba desde Buenos Aires perdió los frenos al ingresar a la ciudad y protagonizó una de las escenas más insólitas de la historia ferroviaria argentina: la locomotora atravesó la Estación Mitre, derribó muros, bajó las escalinatas y se detuvo en plena calle Corrientes, frente a la Plaza Alberdi, en el corazón del barrio Norte.El tren se llamaba El Aconquija y era uno de los servicios más conocidos del Ferrocarril General Bartolomé Mitre. Partía desde la estación Retiro y unía Buenos Aires con Tucumán. Aquella mañana, más de 700 pasajeros viajaban en la formación, impulsada por una poderosa locomotora diésel ALCo RSD-16 número 8272, orgullo de la tecnología ferroviaria de la época.
Al llegar a las inmediaciones de la capital tucumana, el maquinista advirtió algo grave: los frenos no respondían. Intentaron aplicar la contramarcha, liberar aire del sistema y reducir la velocidad, pero la máquina, con casi 700 toneladas de acero y vagones repletos, seguía avanzando sin control.
Desde la cabina, el inspector Nicolás Vicente Antonelli ordenó medidas desesperadas. El tren se acercaba a la estación Mitre, que se erguía majestuosa frente a la Plaza Alberdi, y no había manera de detenerlo por completo. “Venimos alzados”, habría gritado el maquinista, mientras los trabajadores del andén corrían para despejar la zona.
Héctor Bruno Rejas, jefe de la oficina de venta de pasajes, vio desde el
andén al tren y advirtió que se acercaba demasiado rápido. Sin generar
alarma, les pidió a las personas que estaban comprando pasajes que se
pusieran en fila junto a la pared del edificio.
Héctor Bruno Rejas.
La máquina se llevó
puesta la boletería y nadie salió lastimado. Rejas quedó al costado de
la locomotora cubierto de polvo y entre escombros. En medio de la
confusión alguien le adjudicó a su hermano, José “Chiquitín” Rejas, que
era guarda del ferrocarril, la orden que salvó a todos. Nadie, excepto
sus allegados, lo supo, y nunca se dio a conocer, acaso por la poca
importancia que le dio la misma familia Rejas al episodio, ya que tuvo
otro héroe que descolló en ese momento, el inspector de máquinas Nicolás
Vicente Antonelli, que viajaba en el tren y que se ocupó de dar órdenes
para atenuar la marcha del bólido y calmar a los pasajeros.
A unos 38 kilómetros por hora, la formación ingresó a la estación. Los paragolpes de quebracho al final de la vía se partieron como ramas. La locomotora arrolló los pilotes, arrancó parte del andén, destrozó la mampostería del edificio y arrasó con la boletería, la oficina de encomiendas y un quiosco. Las puertas de la estación saltaron por los aires y el tren continuó su marcha descendiendo las escaleras que daban a la calle.
El ruido fue ensordecedor. Los vecinos de la zona, alarmados por la vibración, salieron de sus casas y se encontraron con una imagen increíble: una locomotora de casi 100 toneladas estacionada en la calle Corrientes, con la trompa apuntando hacia la plaza.
Milagrosamente, no hubo víctimas fatales. Algunos pasajeros sufrieron golpes y cortes leves, pero la mayoría resultó ilesa. El accidente podría haber sido una tragedia si el tren hubiera ingresado con más velocidad o si el andén hubiera estado lleno.La locomotora quedó detenida en un ángulo inclinado, con el primer vagón todavía dentro del edificio. Parte del techo de la estación quedó sostenido por el furgón. Los daños materiales fueron enormes: paredes derrumbadas, rieles arrancados, ventanales destruidos y oficinas reducidas a escombros.
Durante horas, la zona fue un hervidero de curiosos. Miles de tucumanos se acercaron a ver el tren que había salido literalmente a la calle. La escena se convirtió en una atracción. Las fotografías de aquel día recorrieron todo el país y se publicaron en diarios de Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
Las tareas de rescate y el desconciertoBomberos, policías y ferroviarios trabajaron toda la jornada para asegurar la estructura del edificio y asistir a los pasajeros. Retirar la locomotora fue una tarea titánica. Durante varios días se utilizaron grúas y gatos hidráulicos para devolverla a las vías.
El impacto había torcido los rieles y dañado los cimientos de la estación. A pesar de la magnitud del hecho, los peritajes confirmaron que la causa fue una falla mecánica en el sistema de frenos de la locomotora. Ningún error humano fue determinante: simplemente, el tren llegó sin posibilidad de detenerse.
RepercusionesEl accidente del Mitre causó conmoción nacional. Los diarios de la época lo titularon como “El tren que salió a la calle”. La fotografía de la locomotora diésel atravesando las escaleras de la estación, con decenas de curiosos alrededor, se convirtió en una de las postales más emblemáticas del Tucumán de los años 60.
Aquel día, los ferroviarios fueron reconocidos por su valentía: el inspector y el maquinista lograron reducir la velocidad lo suficiente para evitar una catástrofe. Si el tren hubiera ingresado apenas unos kilómetros por hora más rápido, el edificio habría colapsado por completo.
La estación y la memoriaLa estación Mitre fue reparada tiempo después. Durante años, los tucumanos recordaron las grietas en los muros como cicatrices del suceso. La calle Corrientes, frente a la plaza Alberdi, todavía guarda en su historia aquella mañana en que el ferrocarril rompió la frontera entre los rieles y la ciudad.
Hoy, seis décadas después, las imágenes de la locomotora número 8272 fuera de la estación se conservan como testimonio de una época en la que el tren era el símbolo del progreso y, a la vez, del peligro latente que conllevaba su fuerza.
Aquel 1 de febrero de 1965 quedó grabado como una fecha única en la memoria ferroviaria argentina. El día en que un tren sin frenos se abrió paso por el corazón de Tucumán, cruzó los muros del Mitre y se detuvo en la calle. Una historia increíble, contada una y otra vez por quienes la vieron, y que todavía hoy parece un relato imposible.
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