La medida también provocó una reacción política. La diputada provincial Silvia Elías de Pérez calificó el hecho como “un retroceso institucional sin precedentes desde 1983” y advirtió que “la censura previa abre el camino al autoritarismo”. En el Congreso nacional, legisladores opositores solicitaron informes al Ministerio de Justicia de la Nación y a la Defensoría del Pueblo para que intervengan en defensa de la libertad de prensa.Mientras tanto, el Ministerio Público Fiscal tucumano y el entorno de Jiménez guardaron silencio. Ninguna autoridad judicial explicó los fundamentos de una medida que, en los hechos, equivale a prohibir hablar sobre la justicia. En el ámbito académico y jurídico, se multiplican los pedidos para que el fallo sea revisado de manera urgente y se restablezca el pleno ejercicio del derecho a la información.
La censura previa impuesta en Tucumán no es un hecho aislado, sino el síntoma de un problema más profundo: la fusión entre poder político y poder judicial, y la utilización del aparato estatal para silenciar la crítica. En este sentido, la figura de Edmundo Jiménez simboliza la continuidad de una forma de poder que atraviesa gobiernos y que parece resistirse a los controles democráticos. Desde su lugar en el Ministerio Público Fiscal, Jiménez ha sido durante años el hombre que mueve los hilos del sistema judicial provincial. Su nombre aparece en casi todas las denuncias sobre manipulación de causas, encubrimiento de funcionarios y designaciones a medida.
Por eso, la decisión de imponer un bozal legal a los periodistas no sólo afecta a un medio, sino que pone al descubierto un entramado institucional que ha naturalizado los atropellos contra la Constitución. La medida vulnera la libertad de prensa, el derecho a la información, el principio de legalidad y la independencia judicial. Y lo hace en un contexto en el que la sociedad tucumana reclama transparencia, justicia y rendición de cuentas.
El repudio a nivel nacional sigue creciendo. En las redes sociales, en los foros de periodistas y en los comunicados de las organizaciones profesionales, se repite una idea: si una provincia permite que el poder judicial censure a la prensa, ningún otro territorio estará a salvo. Lo que está en juego no es una disputa personal entre un fiscal y un canal de televisión, sino la vigencia misma de los principios democráticos.
La decisión judicial impulsada por Jiménez se ha convertido en un símbolo de cómo el poder puede servirse de las instituciones para protegerse de la crítica y perpetuar su dominio. Tucumán enfrenta hoy un espejo que muestra lo peor de su historia política reciente: una justicia subordinada, una prensa amordazada y un sistema institucional debilitado.La sociedad tucumana y el país entero observan con preocupación. La defensa de la libertad de expresión y la independencia judicial no admite silencios ni demoras. El bozal impuesto a un medio local es, en el fondo, un bozal a la democracia. Y el repudio creciente en todo el país refleja que todavía hay sectores dispuestos a defender, frente a cualquier poder, el derecho a decir la verdad.