Domingo 09 de Noviembre de 2025, 20:52
En un contexto de
incertidumbre económica, inflación persistente y salarios que no alcanzan, muchos jóvenes han encontrado una manera curiosa —y preocupante— de enfrentar el estrés: gastando dinero. Lo que antes se interpretaba como simple impulso, hoy tiene nombre propio:
“doom spending”, una tendencia que está arrasando entre milenials y generación Z, y que los expertos definen como una
forma de “consumo emocional” ante un futuro que perciben sombrío.
El consumo impulsivo como refugioEl doom spending —literalmente
“gasto por desesperanza”— describe la conducta de comprar de manera impulsiva para
aliviar la ansiedad o el pesimismo sobre el futuro. Ropa de marca, gadgets, viajes o cenas costosas se convierten en pequeñas válvulas de escape ante un entorno que parece incontrolable.
Según la revista Psychology Today, este patrón ha crecido significativamente en los últimos años, especialmente entre los
menores de 35 años. Muchos jóvenes gastan grandes sumas sin tener un colchón de ahorro, priorizando el disfrute inmediato frente a la estabilidad a largo plazo.
Una encuesta reciente en Estados Unidos reveló que el 27% de los jóvenes reconoce haber gastado más dinero del que debería, mientras que un 32% ha asumido nuevas deudas en los últimos seis meses.
“Si el futuro es incierto, mejor disfrutar hoy”La
psicóloga financiera Ylva Baeckström, experta en comportamiento del consumidor, explica que el fenómeno se origina en el bombardeo constante de noticias negativas que reciben los jóvenes a través de redes sociales y medios digitales. Crisis climática, tensiones políticas, desempleo, guerras o inflación: todo alimenta una visión pesimista del futuro.
“El doom spending es una respuesta emocional ante la ansiedad. Comprar genera una sensación de control momentáneo en un mundo percibido como caótico”, señaló Baeckström.
Esta actitud también se vincula con la desilusión económica: muchos jóvenes sienten que nunca alcanzarán los logros materiales de sus padres, como comprar una casa o tener estabilidad laboral. Ante esa sensación de impotencia, el disfrute inmediato se convierte en una forma de resistencia.
“Si no voy a poder tener lo que tuvieron mis padres, al menos disfrutaré del presente”, es una frase que resume el sentir de toda una generación.
La trampa emocional del gasto constanteEl doom spending no solo vacía las cuentas bancarias: también genera un
círculo de estrés y culpa. Tras la euforia inicial de la compra, muchos jóvenes sienten remordimiento y ansiedad por su situación financiera, lo que puede llevarlos a repetir el ciclo como una forma de alivio temporal.
Se trata, en esencia, de un mecanismo emocional disfrazado de placer. Los algoritmos de las redes sociales y las estrategias de marketing —ofertas relámpago, recompensas digitales, “carritos abandonados”— agravan la situación, estimulando la compra impulsiva.
Cómo frenar el “doom spending” sin dejar de disfrutarCombatir esta tendencia no significa renunciar a los pequeños placeres, sino aprender a consumir de forma más consciente y equilibrada. Los expertos recomiendan algunas estrategias prácticas:
- Haz una pausa antes de comprar: espera unas horas (o un día) antes de decidir.
- Establece límites financieros: define un presupuesto fijo para gastos no esenciales.
- Gestiona el estrés de otro modo: deporte, lectura o descanso pueden cumplir el mismo rol emocional.
- Registra tus compras: ver tus hábitos por escrito ayuda a detectar patrones.
- Crea metas financieras claras: ahorrar para un viaje o una meta concreta da sentido al dinero.
“El objetivo no es dejar de comprar cosas que te hacen feliz”, explica Baeckström, “sino hacerlo desde la conciencia y no desde la ansiedad”.
Una nueva forma de rebeliónPara muchos, el doom spending es una manera de reclamar control en un mundo incierto, aunque ese control sea ilusorio. En tiempos donde el futuro parece inalcanzable, los jóvenes eligen vivir el presente, incluso si eso implica sacrificar estabilidad.
Lo que para generaciones anteriores era irresponsabilidad, hoy puede entenderse como una expresión de angustia colectiva. El reto está en transformar esa desesperanza en hábitos más saludables —financieros y emocionales— que permitan disfrutar del presente sin hipotecar el futuro.