Lunes 10 de Noviembre de 2025, 07:39
“Pago con crédito, así llego al mes”, dice Mariana, una empleada administrativa de 35 años mientras espera en la fila de un supermercado porteño. Su frase sintetiza una realidad extendida: cada vez más argentinos dependen de la tarjeta de crédito para cubrir gastos básicos como alimentos, medicamentos o servicios esenciales. Lo que antes era un recurso ocasional hoy se transformó en un modo de supervivencia financiera.
De acuerdo con una encuesta televisiva, entre el 30% y el 40% de los ingresos mensuales de los trabajadores se destina al pago del resumen de la tarjeta, un reflejo claro del creciente endeudamiento de los hogares. Las estadísticas oficiales del Banco Central (BCRA) confirman esta tendencia: el uso de tarjetas de crédito alcanzó niveles récord en 2025, incluso por encima del débito en varios meses.
Solo en agosto se registraron 180,4 millones de operaciones con crédito, contra 178 millones con débito, por montos de $ 9,4 billones y $ 4,7 billones, respectivamente. Hace apenas tres años, el crédito representaba el 13% de las operaciones; hoy, explica más del 46% del total. El Índice Payway del tercer trimestre profundiza el contraste: las transacciones con débito cayeron 20,5% interanual, mientras que las de crédito crecieron 2,4% frente a 2024.
En la práctica, los hogares usan menos el débito por falta de efectivo y más el crédito por necesidad. Una jubilada lo resume crudamente: “Pagamos la leche, el pan y los remedios con la tarjeta. La mitad del sueldo se me va en el resumen”. El plástico, que durante años se usó para viajes o electrodomésticos, ahora financia la vida cotidiana: desde llenar el carrito del súper hasta pagar el gas o el alquiler.
Los economistas definen este fenómeno como una “financiarización del consumo básico”, un proceso que reduce la capacidad de ahorro y multiplica el riesgo de endeudamiento crónico. Para Gonzalo Carrera, de la consultora Equilibra, el cambio tiene raíces estructurales: “Mientras en 2023 convenía usar la tarjeta porque las cuotas se licuaban con la inflación, hoy las tasas son altísimas y los ingresos reales están estancados”.
Según explica, cuando el salario pierde poder adquisitivo, las familias primero consumen ahorros, luego venden bienes, y finalmente recurren al crédito. “El problema es que muchas ya agotaron las primeras dos opciones”, advierte.
El economista Matías Bolis Wilson, de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC), agrega que el fenómeno refleja una nueva dinámica financiera: “Con un Estado más ausente en el crédito al consumo, los bancos se volcaron a prestar a las familias. Pero ese consumo no es expansivo: se sostiene por necesidad, no por mejora del ingreso”.
La consecuencia es un círculo vicioso de deuda. Los altos intereses convierten al crédito en una herramienta cada vez más cara: muchos usuarios solo pagan el mínimo y acumulan saldos impagables. “Con la tarjeta perdés doble: si te atrasás, los intereses te devoran”, cuenta Gustavo, empleado de comercio, que decidió darla de baja. “Prefiero el efectivo. Si lo tengo, gasto; si no, no.”
Los planes de cuotas sin interés son cada vez menos frecuentes y las tasas superan los tres dígitos anuales, lo que transforma al crédito en una trampa financiera. Según los analistas, el desafío del Gobierno y del sistema bancario es reducir el endeudamiento sin enfriar el consumo, en un contexto donde el crédito ya no impulsa la economía, sino que la sostiene artificialmente.
“Mientras el ingreso real no se recupere, el crédito seguirá siendo un salvavidas”, resume Carrera. Bolis Wilson, más optimista, proyecta que si se logra estabilizar la inflación y bajar las tasas, 2026 podría marcar un rebote del consumo. Pero aclara que ese escenario depende de dos factores críticos: la estabilidad de precios y la previsibilidad financiera.
Por ahora, la expansión del crédito no es un signo de bonanza, sino el síntoma de una economía endeudada. En los bolsillos de millones de argentinos, el plástico dejó de ser un símbolo de confort para convertirse en el último recurso frente a la pérdida del poder adquisitivo. Vivir a crédito, más que una elección, es la estrategia para sobrevivir al mes.