Miércoles 26 de Noviembre de 2025, 19:51
Durante décadas, el Cine Candilejas fue uno de los íconos silenciosos del microcentro tucumano. En una época en la que ir al cine era un ritual social y una salida obligada del fin de semana, su marquesina iluminada sobre la calle 9 de Julio, primera cuadra, anunciaba estrenos, matinés y funciones que convocaban a generaciones enteras.Su historia comenzó en el edificio que originalmente albergó al Cine Moderno, una sala clásica del centro que, con el tiempo, adoptó el nombre Candilejas y se consolidó como uno de los espacios culturales más concurridos de la ciudad. La sala tenía rasgos propios que la diferenciaban del resto: un hall amplio decorado con un mural característico y un plantel de empleadas que, según recuerdan antiguos habitués, estaba compuesto mayormente por mujeres, algo poco habitual para la época.
En los años de mayor esplendor, Candilejas formaba parte de un circuito vibrante junto a salas como el Rex, el Metro, el Edison y el 25 de Mayo. Cada una tenía su público fiel, pero Candilejas se destacó por mantener una programación accesible, popular y cercana al público común. Ir allí era sinónimo de encuentro: adolescentes, parejas, familias y grupos de amigos lo elegían como punto de referencia del centro tucumano.
Sin embargo, los cambios tecnológicos y de consumo comenzaron a dejar huella. La llegada de la televisión, el auge del VHS y la posterior irrupción de nuevas formas de entretenimiento fueron vaciando lentamente las butacas. La caída del público coincidió con la tendencia, en pleno microcentro, de reconvertir antiguas salas en otros usos comerciales.
El edificio original del Candilejas no escapó a esa lógica: terminó transformado en un estacionamiento y parte de su estructura —incluido el mural del hall— desapareció sin mayor protección patrimonial.Años después, el nombre Candilejas volvió a aparecer en un local de la calle Mendoza al 800, donde funcionó una sala más pequeña que intentó recuperar el espíritu perdido. Sin embargo, aquella segunda etapa fue breve: el lugar cerró definitivamente en 2007 y el espacio fue ocupado por pequeños comercios.
Hoy, del Candilejas sólo quedan recuerdos y algunas fotografías dispersas en archivos personales. Para muchos tucumanos, forma parte de un paisaje emocional: el olor a pochoclo, las filas sobre la vereda, la ansiedad por entrar antes de que se apagaran las luces. Es también un símbolo de una ciudad que cambió de ritmo y que, en su propia modernización, fue dejando atrás espacios que habían sido centrales en la vida cultural del siglo XX.
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