La desobediencia de Manuel Belgrano salvó a la Patria en Tucumán en 1812

Domingo 20 de Junio de 2021, 09:55





Hoy 20 de junio se celebra el Día de la Bandera.

La fecha fue elegida para honrar al creador de la bandera argentina, Manuel Belgrano, quien murió el 20 de junio de 1820, a los 50 años.

En medio de las batallas por la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Belgrano decidió establecer un símbolo patrio identificatorio y así fue como el 27 de febrero de 1812 creó la bandera celeste y blanca, inspirándose en la escarapela, también propuesta por él.

Pocos meses después, el 24 y 25 de septiembre de 1812 se produjo la decisiva Batalla de Tucumán en las inmediaciones de la ciudad de San Miguel de Tucumán, durante la Segunda Expedición Auxiliadora al Alto Perú en el curso de la Guerra de la Independencia Argentina.

El Ejército del Norte, al mando del General Manuel Belgrano, a quien secundara el Coronel Eustaquio Díaz Vélez en su carácter de Mayor General, derrotó a las tropas realistas del Brigadier Juan Pío Tristán, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino. Junto con la batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió confirmar los límites de las Provincias Unidas del Río de la Plata bajo su control.

Pero lo cierto es que, por aquellos tiempos, el Triunvirato le había ordenado a Belgrano que retrocediera hasta Córdoba. Sin embargo, Belgrano no obedeció y se detuvo en Tucumán, donde la población estaba dispuesta a sumarse al ejército y acompañar heroicamente la defensa territorial. Recordemos que Belgrano se había hecho cargo del Ejército del Norte tras la derrota de Huaqui (Bolivia) y tenía su cuartel general en Jujuy.

«Son muy apuradas las circunstancias, y no hallo otro medio que esponerme á una nueva acción: los enemigos vienen siguéndonos. El trabajo es muy grande; si me retiro y me cargan, todo se pierde, y con ella nuestro total crédito. La gente de esta jurisdicción se ha decidido á sacrificarse con nosotros, si se trata de defenderla y de no, no nos seguirán y lo abandonarán todo, pienso aprovecharme de su espíritu público y energía para contener al enemigo, si me es dable, ó para ganar tiempo a fin de que se salve cuanto pertenece al Estado. Cualquiera de los dos objetivos que consiga es un triunfo y no hay otro arbitrio que esperarse. Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados y deseosos de distinguirse en una nueva acción. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza á protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos, con la esperanza de hacer tremolar sus banderas en esa capital. Nada dejaré por hacer. Nuestra situación es terrible, y veo que la patria exige de nosotros el último sacrificio para contener los desastres que la amenazan» (“Historia d
e Belgrano”. Volumen II. Pág. 41- 2, por Bartolomé Mitre).



La historia dirá que la inteligente «desobediencia» de Belgrano, peleando en Tucumán, salvó la patria.

«La providencial aparición de una enorme bandada de langostas, que se abatieron sobre los pajonales, confundió a los soldados y oscureció la visión, acabando de descomponer el frente. Las versiones tradicionales refieren que fue tal la confusión sembrada por aquel enjambre de langostas que hizo parecer a los ojos de las fuerzas españoles, un número muy superior de tropas patriotas, lo que habría provocado su retirada en la confusión» (Crónica del relato del heroico triunfo en la Batalla de Tucumán).

Lo cierto es que en la mañana del 24 de septiembre de 1812, día de la histórica batalla, el General Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen de Las Mercedes. Sabido es, la profunda fe cristiana de Don Manuel, e incluso la tradición cuenta que solicitó la realización de un milagro a través de su intercesión, pues era casi imposible vencer a las tropas españoles, quienes doblaban en número de soldados y armamentos al ejército patriota.

En esos mismos momentos, el General español Pio Tristán ordenó la marcha hacia la ciudad. Algunas fuentes indican que, en lugar de tomar el camino directo, rodeó la plaza desde el sur, intentando prevenir una posible huida de los patriotas en dirección a Santiago del Estero. Otras afirman que en el paraje de Los Pocitos se encontró repentinamente con los campos incendiados por orden del Teniente de «Dragones» Lamadrid, natural de la zona, que contaba con la velocidad del fuego avivado por el viento del sur para desordenar la columna española, ubicando a los españoles en un callejón sin salida.

Paradoja del destino, y más allá del coraje patriota y la inteligente acción de Lamadrid, Díaz Vélez, Paz, Dorrego, Warnes, Superi, esta vez ayudados por la diosa fortuna, o por aquel milagro pedido por Belgrano, una manga de langosta nubló la vista de los españoles quienes entraron en un hondo estado de confusión y pánico, dando los minutos precoisos al Ejército del Norte para que el ataque en pinzas de las columnas patriotas diera su resultado. En concreto, la Batalla de Tucumán representó el triunfo más importante de la historia nacional, y como dirá luego Bartolomé Mitre: «no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su General, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana.

En Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana». A lo que habría que agregar el comentario del historiador Vicente Fidel López: «Esta batalla fue la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino.

Aunque el triunfo de Tucumán fue el resultado de un cúmulo de circunstancias imprevistas, le correspondió a Belgrano la gloria de haber ganado una batalla contra toda probabilidad y contra la voluntad del gobierno mismo.