“Penélope Fernandez: un Presidente que teje de día y desteje de noche”

Domingo 12 de Julio de 2020, 09:53

Alberto Fernández



Por Nancy Pazos
Infobae


“Hay que borrar Twitter de su celular. O cambiarle la clave. O inventarle otro usuario. Se queda un rato solo en Olivos y se manda esta cagada. Así no se puede…”, se quejaba el miércoles uno de los integrantes del círculo íntimo del Presidente ante sus pares de la mesa del poder.

El lamento boliviano tenía una causa lógica: en un día donde las tapas de los diarios destacaban el buen recibimiento de Wall Street a la oferta Argentina por los títulos de la deuda, un desafortunado retuit del Presidente (a un tuit donde se cargaba a un periodista televisivo por haber recibido una supuesta “paliza” del Jefe de Gabinete) se convertía en la polémica mediática del día.

Y ese fue solo el comienzo… Al gafe del Presidente la siguió otro polémico e inentendible tuit del propio Santiago Cafiero usando a un Spiderman y su doble. Y, como si esto fuera poco, la semana terminó con el —hasta entonces— enmudecido vocero presidencial, Juan Pablo Biondi, tildando de “inútil” a Mauricio Macri e invitándolo a callarse por la misma red social. El COVID tuitero parecía haber arrasado con los barbijos preventivos en lo más alto del Gobierno.

El yerro político en cadena logró un hecho insólito: que el ex candidato a vicepresidente, Miguel Ángel Pichetto, uno de las voces más fronterizas de la oposición, corriera al Gobierno desde la moderación: “El exabrupto del vocero es una falta de respeto al diálogo democrático”. Un verdadero despropósito por haber dejado la pelota picando en el área propia.

Alberto Fernández es, posiblemente, uno de los presidentes más formados y leídos de los años de democracia. Dueño de una cultura forjada no sólo en la universidad sino también en su pasión por los libros, es de esos oradores de tribuna y de sobremesa que agradece cualquier interlocutor ávido de un intelecto por encima de la media.

No debe haber mucho tiempo para la lectura en la Residencia de Olivos. Sin embargo, al Presidente no le vendría mal releer La Odisea. Y desde esa perspectiva hacer un análisis crítico de lo que fueron los pasos de su gobierno y de él mismo en esta última semana.

Jefe y subordinados en el poder actuaron como Penélope. No como la de Serrat ni la de los Autos Locos, sino a imagen y semejanza de la esposa de Odiseo. La Penélope que, según el poema épico atribuido a Homero, esperó durante 20 años el regreso de su marido de la Guerra de Troya tejiendo de día y en público un sudario para el Rey y destejiéndolo en secreto por las noches. Todo para no cumplir su promesa de casarse con otro pretendiente al terminar el traje…

Los devaneos por la red social del pajarito fueron claramente la noche de Penélope. Y terminaron sobresaliendo mucho más que el tejido de día, cuya apuesta máxima fue el festejo del 9 de Julio. El Gobierno había trabajado a full para lograr la mayor convocatoria. Y lo logró. No solo los 24 gobernadores, incluido no solo el flamante “amigo” Horacio Rodríguez Larreta, sino también los principales empresarios empezando por el presidente de la Sociedad Rural, Daniel Pelegrina, quien fue estratégicamente sentado en primera fila.

Un discurso pacificador, una puesta de escena impecable y una repercusión casi inexistente que los dejó con sabor amargo.

Una vez más, como pasa en todos los gobiernos, en el análisis interno la culpa terminó siendo de los medios que tergiversaron el contenido del acto y no le dieron la relevancia del caso. Pero la imposibilidad de ver los errores propios empieza a ser preocupante.

Cuando los gobiernos entran en zona de turbulencia y de confusión (y no todo es atribuible al COVID-19) deberían releer el contrato con la sociedad. Aquello que les dijeron las urnas. A Fernández se lo eligió ante todo porque ya no se aguantaba más a Macri. Pero también porque fue quien propuso terminar con la grieta.

Cada vez que Alberto Fernández cae en la tentación del antagonismo se aleja del contrato con sus votantes. El camino es árido y difícil. Pero tiene excelentes interlocutores que apuestan a la gobernabilidad y a la moderación en su coalición y en la oposición. Es por ahí, pero para eso debe templar su carácter. Y evacuar sus raptos de iracundia en la intimidad familiar o ante un buen psicólogo.

La moderación que para los ultras es tibieza es lo que eligió gran parte de la sociedad. Así fueron sus primeros pasos en el Gobierno y así debería haber continuado. Pero los nervios del poder lo acecharon. Porque no nos confundamos. A Fernández no lo vuelve loco Cristina. Fernández se hiperventila solito.

Y es justamente esa falta de poner el pie en el freno, característica de su personalidad, lo que le está jugando en contra. El Presidente eligió un entorno de amigos que lo acompaña y al que le tiene confianza personal e intelectual, y un gabinete que, salvo excepciones, hace honor a la mediocridad.

Y los que no son mediocres terminan eclipsados por la omnipresencia presidencial. Pero, además, a Fernandez le cuesta delegar. Hasta los mínimos detalles. Y eso ralentiza la gestión. “En ese punto es parecido a De la Rúa, termina paralizando a todos”, describió con crudeza alguien que lo conoce y lo quiere bien.

Un ejemplo. El sábado de la semana anterior Juntos por el Cambio emitió un comunicado donde, palabras más o menos, daba a entender que detrás del asesinato del ex secretario de Cristina Fernandez, Fabián Gutiérrez, estaba la mano de la vicepresidenta. Las redes para entonces se poblaban con el hashtag #CristinaAsesina. Eso fue a las 16.08. Pero el Gobierno se mantuvo en silencio por exasperantes seis horas.

La respuesta oficial llegó recién a las 21.24 desde la cuenta de Twitter de Santiago Cafiero. La demora tuvo dos motivos. Miles de cabildeos sobre qué decir, y sobre quién debería decirlo, y la obsesión personalista de Alberto, quien no quiso delegar en nadie el contenido de la respuesta.

Él mismo se sentó a hacerle de ghost writer al Jefe de Gabinete.

Los diarios de papel ya habían cerrado sus ediciones y tuvieron que reabrirlas por pedido especial del Gobierno para dar lugar a la palabra oficial.

Pero el correrse de escena de Alberto duró un suspiro. El domingo por la mañana atendió a una radio local y Cafiero vio desvanecer su fugaz estrellato de vocero político eclipsado, obviamente, por la palabra presidencial.

Está claro que los únicos conformes con el actual Gabinete son el Presidente y su mesa del poder. En el resto de la alianza política de la coalición gobernante se tejen miles de reemplazos. Pero ni el posible Ministerio de Energía para Aníbal Fernandez (uno de los que mas pide pista) parece posible en la actual coyuntura.

A Alberto no le gusta que nadie le marque la cancha. Ni propios ni extraños.

Mañana, por lo pronto, el Presidente reanudará el camino de la post grieta. Recibirá en Olivos a los Jefes de bloque de la oposición.

La Penélope que teje de día habrá aflorado nuevamente.

Recemos (no nos queda otra) para que por la noche nadie se ponga a destejer.

Porque mientras Alberto no se deje cuidar, mientras siga siendo su propio vocero, su propio jefe de Gabinete, su propio ministro de Economía y su propio epidemiólogo, estará cada vez más expuesto al cansancio.

Y el cansancio no deja pensar. Y pensar más allá es, entre otras cosas, lo que está haciendo falta en este momento.

Bonus track:

El busto de Carlos Menem ya está listo para ser ubicado en el hall de entrada de la Casa de Gobierno. Dicen los que lo vieron que es impresionante el parecido con el senador. Pero no es el único. También se mandó a tallar el de Cristina Fernández. La tradición indica que el busto se puede emplazar recién cuando se cumplen ocho años desde que se terminó el mandato del presidente en cuestión.

El tiempo de Menem ya llegó. El de CFK, gracias a que se fue una noche antes, podrá inaugurarse el 9 de diciembre de 2023, justo un día antes de que Alberto Fernández termine su propio periodo presidencial. ¿Habremos, para entonces, superado la grieta? /Infobae