Carlitos García: cómo fue la infancia del genio argentino de oído absoluto

Sábado 23 de Octubre de 2021, 11:50

Carlos García



Era tímido, introvertido y sensible, una criatura de sólo tres años que pasaba horas investigando los sonidos de un piano de juguete, cuando sus padres se embarcaron en un largo viaje de placer por Europa y decidieron dejarlo junto a su hermano menor al cuidado de la abuela materna y el séquito de niñeras y mucamas de la familia. El hogar de los García Moreno, un petit hotel de Moreno 65, en Caballito, tenía todos los lujos que podía tener la casa de una familia de clase alta en aquella época: sala de costura, cancha de paleta y un montacargas en el que se bajaban al comedor los manjares que preparaban en el tercer piso un grupo de cocineras.

Antes de convertirse en genio precoz, en pianista de oído absoluto, en profesor de teoría y solfeo y en una de las figuras más importantes de la historia del rock latinoamericano, Charly García, en ese entonces Carlitos, era todo lo bueno que se podía esperar de un hijo primogénito: no les daba trabajo a sus padres, dormía de corrido por las noches y la música clásica que se escuchaba todo el tiempo en su casa parecía ponerlo en un estado de trance hipnótico, según publica La Nación.

Pero cuando una tarde de 1955 los padres regresaron de aquel viaje por Europa descubrieron que el niño presentaba una serie de manchas blancas en el lado derecho de su cara. Recorrieron clínicas y hospitales buscando el diagnóstico preciso y lo sometieron a tratamientos con iodo para curarlo. Pero no hubo caso, los días de desarraigo materno le habían provocado una crisis nerviosa que derivó en un problema de pigmentación en la piel conocido como vitíligo, que años después daría origen a su característico bigote bicolor.

“Charly siempre fue muy sensible”, dice Carmen Moreno, la madre, un mediodía de junio en su departamento de Caballito. “Nunca me perdonó ese viaje. Fueron muchos días y él nos extrañó tanto que le agarró vitíligo. Es el día de hoy que me acuerdo y me arrepiento.”

En las fotos del álbum familiar se puede ver la transformación de Carlitos en Charly: el bebé de cachetes espesos y gesto adusto de los primeros retratos en blanco y negro fue mutando en una figura cada vez más desgarbada hasta lograr un gran parecido físico con su padre. Si de pequeño fue un niño noble, amable y obediente, entrada la adolescencia aparecerían las primeras señales de rebeldía. “De chico nunca me dio trabajo”, recuerda Carmen.

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Nació el 23 de octubre de 1951 fruto del matrimonio entre Carmen Moreno, una ama de casa del barrio de Liniers, y Carlos Jaime García Lange, un ingeniero de ascendencia holandesa oriundo de Caballito, químico, matemático, autor de varios libros de estudio y dueño de la única fábrica de muebles de fórmica del país. Lo siguieron Enrique, Daniel y Josi. Carlitos –como todavía le dice su madre en general– y sus hermanos se criaron en una época de bonanza, lujos y confort.

Desde muy pequeño dio muestras de sus condiciones de genio precoz: la música fue algo que empezó a intuir a los dos años y se manifestaba en él de forma genuina. Primero con una citarina, que aprendió a tocar de oído, y después con un pequeño piano de juguete que le había regalado su abuela materna. Unas semanas después de haber regresado de aquel viaje por Europa, Carmen advirtió también que Carlitos había aprendido a tocar “Torna a Sorrento”, la melodía que venía en una cajita musical. “Cuando lo escuché tocar esa canción, lo llevé al departamento de un vecino que vivía en el piso de arriba y tenía un piano grande”, dice Carmen. “Y enseguida se puso a tocar como si nada. Al otro día fui y le compré uno.”

A la edad en que muchos niños empezaban el jardín de infantes, Charly empezó a tomar clases de piano con una profesora, Julieta Sandoval del conservatorio Thibaud Piazzini, que iba dos veces por semana a su casa y, para conquistarlo, le regalaba caramelos.

A los 8 casi no hablaba, pero le silbaban una melodía y automáticamente lograba reproducirla en el piano. Una de sus niñeras, llamada María, le cantaba zarzuelas españolas y él pasaba horas jugando con los acordes hasta que Carmen le pedía por favor que parara. En las primeras evaluaciones anuales del conservatorio se destacó entre todos los niños de su edad por ser el único capaz de tocar con las dos manos.

Una tarde en un bar de San Telmo, mientras pasa fotos familiares en la pantalla de su teléfono celular, Daniel García Moreno, el hermano seis años menor, dice: “Nunca escuché a Charly quejarse de su problema en la piel”. Sin embargo, en una entrevista publicada en 2011, Charly confesó que al principio no se atrevía a usar bigote hasta que un día se miró al espejo, pensó “loco, bancate ese defecto”, y transformó un complejo en una característica distintiva que definiría su imagen. “Creo que en su momento lo asumió como un rasgo natural y después le sirvió”, dice Daniel. “Porque le terminó dando un toque de originalidad.”

Tenía poco más de 9 cuando comenzó a aburrirse de interpretar canciones de próceres musicales que sólo veía en bustos de bronce y un día en que se había enojado con la madre, mientras miraba El Club del Clan compuso su primer tema, “Corazón de hormigón”, con una letra que decía: “El corazón es blando/El corazón perdona/Pero tu corazón, parece de hormigón”. Cincuenta años más tarde lo grabaría junto a Palito Ortega, en Kill Gil.

Por las mañanas, las tardes y las noches, Charly tocaba el piano. Y cuando abandonaba por un rato la música, le gustaba jugar al fútbol con los amigos del barrio, leer libros sobre mitos griegos, ir al Museo de Ciencias Naturales del Parque Centenario, dibujar animales prehistóricos –Carmen piensa que podría haber sido un gran pintor–, pescar mojarritas en los lagos de Palermo, armar arcos y flechas, o nadar durante largas horas en la pileta de la casa de fin de semana que tenían los García Moreno en Paso del Rey, una propiedad grande que se llamaba “La Boheme”.

De todos los hermanos, Charly era muy cercano a Enrique, que en 1986 falleció en un accidente de autos, y con quien tenía muy poca diferencia de edad. “Eran como Tom & Jerry y, a su vez, muy unidos”, recuerda Daniel. “Cuando éramos chicos hacíamos muchas pruebas en la pileta de esa quinta que teníamos. Creo que si no hubiéramos jugado tanto en el agua, aquella vez que se tiró del noveno piso de un hotel de Mendoza, no le habría acertado a la piscina.”

En 1959, Argentina atravesaba un proceso económico inflacionario cuando algunos desaciertos financieros de Carlos García Lange ocasionaron el cierre definitivo de la fábrica de muebles de fórmica y la posterior pérdida de todas las propiedades familiares. A la venta de la quinta de Paso del Rey y la casa de Caballito, se sumó la necesidad de que Carmen comenzara a trabajar como productora en dos programas de radio dedicados al folclore y al tango. El nuevo hogar de los García Moreno, un departamento modesto que alquilaron en Darregueyra y Paraguay, se convirtió en un punto de encuentro de artistas y músicos como Eduardo Falú –que era vecino del barrio–, Mercedes Sosa, Atilio Stampone, Polo Giménez y Ariel Ramírez, donde las reuniones finalizaban con guitarreadas en las que, en algún momento de la noche, Carmen le pedía a Carlitos que tocara el piano con los ojos cerrados o de espalda. “A veces Charly tocaba sentado en el piso y con las manos alzadas como si estuvieran colgando del piano, y todos se quedaban impresionados”, recuerda Daniel.

Carlitos antes de Charly García: cómo fue la infancia del genio precoz de  oído absoluto - LA NACION

En uno de esos encuentros, Charly murmuró por lo bajo que Falú tenía la quinta cuerda de la guitarra desafinada y, luego de diferentes pruebas, todos los presentes descubrieron que tenía oído absoluto, una habilidad auditiva característica de muy pocas personas que consiste en identificar las notas musicales sin tener una referencia sonora.

“Todo lo que tocaba en el piano le salía fácil y bien”, dice Daniel. Sin embargo, Carmen asegura que nunca pensaron que su hijo mayor podía ser un genio. “Cuando terminó el secundario mi marido quería que hiciera el ingreso a la universidad”, dice. “Pero Charly lo único que quería era tocar.”

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