Lo más evidente es que el grueso de los argentinos que terminaron el partido en la cancha, después de los gestos de varios a los perdedores –dos se dejan caer, arrodillados, abatidos–, corre del círculo hacia una esquina para abrazar a Lautaro Martínez. Un coche se desengancha de ese tren alocado y se va, al trote, al encuentro de Dibu Martínez, el arquero desparramado y feliz en el suelo, al otro costado del área. Es Leo Messi, el capitán que se acuerda del compatriota más decisivo en la definición. De la manada que emerge del banco de suplentes, también un integrante se va hacia el número 1: es su colega de puesto Franco Armani, titular en parte del Mundial Rusia 2018 y ahora relegado por el marplatense de Aston Villa.
Y otro relevo –no está claro quién– salta varias veces de frente a los suplentes contrarios, sacudiendo los brazos, y en seguida lo hace ante los que están en el círculo, vencidos. De ellos, dos salen corriendo a desafiarlo, y un compañero albiceleste intercede para protegerlo y calmar. En eso, llega el árbitro Mateu Lahoz para separar, justo cuando se suman dos suplentes naranjas a las rispideces. Mientras, Messi salta y revolea un brazo mirando a la cabecera que tiene mayoría de hinchas albicelestes, ya con rumbo al grupo de Lautaro y el resto.
Cuando el remolino de burlas y enojos tiene más protagonistas tanto del bando extático como del furioso, la cámara hace un plano más corto y permite distinguir que acaban de arribar a la escena Van Gaal y su colaborador Edgar Davids, para atemperar los ánimos. Eso ocurrirá, ya fuera del video. Pero los dardos orales continuarán, ante otros micrófonos y otras cámaras.