"La pudrición del kirchnerismo"

Domingo 11 de Agosto de 2024, 09:49

Kicillof, Massa, Fernández y Cristina



El periodista Eduardo Van der Kooy este domingo en Clarín realiza un crudo análisis de la situación política en el peronismo, a la luz del escándalo por las denuncias de violencia del ex presidente Alberto Fernández contra su pareja Fabiola Yáñez.


Alberto Fernández, el ex presidente, acusado por tráfico de influencias y denunciado por violencia de género, puede estar haciendo recorrer el tramo póstumo de existencia política a la versión kirchnerista que monopolizó por décadas al peronismo. Formó parte del grupo (Calafate) que impulsó a Néstor Kirchner como candidato a presidente. Integró su gobierno. También acompañó dos años a Cristina Fernández. La ex presidenta resultó determinante para su acceso a la Casa Rosada después de derrotar a Mauricio Macri en 2019.

Esos atributos hacen que su presente debacle detone la estructura kirchnerista. Vale ordenar razones. Sus cuatro años de gobierno, marcado desde el inicio por luchas internas, vaciaron al peronismo K de sentido social. El ensayo económico naufragó. El heredero de tal decadencia resultó, nada menos, que Javier Milei. Las sospechas de corrupción que derraman sobre Alberto y el maltrato físico y psicológico denunciado por Fabiola Yañez, su ex esposa, podrían tener un doble efecto devastador. En el primer caso, confirmaría que la opacidad ha sido un signo inmutable del kirchnerismo desde su nacimiento. En el segundo, demolería una narrativa sobre el resguardo de derechos (sociales y humanos) del cual esa corriente política pretendió siempre hacerse propietaria.

El ex presidente asegura que tanto la acusación por tráfico de influencias como el maltrato a la primera dama, Fabiola Yañez, serían falsos. Se estaría topando con dos problemas. El primero: el escándalo con su ex pareja surgió impensadamente en la investigación que el juez Julián Ercolini realiza por su presunta participación en negocios de intermediación financiera. Aparecieron textos y fotos aterradoras en el teléfono de la histórica secretaria de Alberto, María Cantero, gestora de aquellos negocios. Intriga: ¿por qué Fabiola recurría para contar sus padeceres a una persona con la cual nunca tuvo buena relación? ¿Tal vez porque aquellas que debían ocuparse (¿funcionarias?) no lo hicieron? La segunda cuestión, en apariencia infranqueable para Alberto, es su falta de credibilidad. Cultivada con empeño en los cuatro años de gestión.

Se jactó de no haber tenido en su larga trayectoria una sola denuncia de corrupción. Cristina Fernández vivió siempre esa referencia como una provocación hacia ella, condenada en una causa y enmarañada en otras. Estalló el negocio con los brokers de seguros que el ex presidente, se infiere, digitaba. En plena pandemia descalificó la existencia de un vacunatorio VIP: hace poco cayó el procesamiento sobre su ex ministro de Salud, Ginés González García. Negó también la realización de alguna fiesta en Olivos mientras regía el encierro para la sociedad. Afloró entonces la foto del cumpleaños de Fabiola. El archivo confirma esa forma de actuar: en 2006 defendió a la ministra de Medio Ambiente, Romina Picolotti, señalada por realizar gastos personales con dinero del Estado. La noticia fue revelada por el mismo periodista de Clarín (Claudio Savoia) que en los últimos días dio cuenta del maltrato contra la primera dama. Picolotti fue condenada en julio del año pasado a tres años de prisión en suspenso, bajo el cargo de administración fraudulenta.

Días antes de dejar el poder en diciembre, Alberto realizó un balance de su administración tratando de alejarla del fracaso percibido por una mayoría. Hizo especial hincapié en su defensa de los derechos de la mujer. Se proclamó pionero de la creación del Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad, ahora disuelto por Milei. Exaltó la sanción de la ley del aborto que representó un retroceso en su vínculo con el papa Francisco, cuyo acercamiento coincidió con la reconciliación con Cristina, antes de que lo digitara candidato. Su escándalo con Fabiola terminó lapidando todas esas conquistas.

El kirchnerismo percibe que su relato político, viga maestra del largo tiempo de apogeo, está rozando el fondo del mar. Impresión que se amplía a otras franjas del autodenominado progresismo. Hay una combinación fatal. El desaguisado de género de Alberto se monta sobre el fraude de la asistencia social que viene descubriendo el juez Sebastián Casanello mientras escarba la política de los planes piqueteros. Se agrega la condena al ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno, por haber adulterado las estadísticas del Indec. La devastación es de tal dimensión que el fenomenal ajuste que realiza Milei atraviesa fronteras inimaginables. La Confederación General del Trabajo (CGT) y algunos movimientos sociales intentaron capitalizar el ruego popular en el santuario de San Cayetano. Pasó muchísima más gente por el templo de Liniers que aquella que decidió acoplarse a la marcha de protesta.

El desconcierto kirchnerista tuvo reflejo en la reacción de sus diferentes sectores. Cristina relató con ajenidad que Alberto no fue buen presidente, condenó la violencia machista y se colocó como objeto de esas prácticas por el intento de magnicidio que sufrió en 2022. El bloque de Diputados de Unión por la Patria emitió una declaración de condena con 56 firmas. Sus integrantes son 99. Explicaron que técnicamente no podían incluirse todos los nombres. ¿Por qué no el número de adherentes? Extraño. O quizás no tanto: la historia muestra que la oposición K suele recurrir al mecanismo de fuga cuando se enfrenta al dilema de tener que explicar lo inexplicable.

Saltar sobre un Alberto caído y mancillado parece sencillo. No posee oferta para el futuro. En cambio, resulta atronador el silencio, que ciertas excepciones no modifican, respecto de otros episodios flagrantes. La Cámara del Crimen ratificó hace poco la decisión de procesar al intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, por abuso sexual. Quedó a nada del juicio oral.

Axel Kicillof, el gobernador de Buenos Aires, no se anima a emitir juicio. Cristina tampoco. La vicegobernadora, Verónica Magario, amiga íntima del intendente, también enmudeció. Algo similar ocurre en el oficialismo de la Legislatura bonaerense. La doble moral kirchnerista que Alberto exhibe con crueldad en estos días. El Conurbano, en especial La Matanza, es el principal refugio que le queda a la oposición para confrontar con el gobierno libertario y programar una batalla en las legislativas del 2025. Razón suficiente para que muchas atrocidades pasen de largo.