Siete meses más tarde, fue justamente Ali el rival ante quien Foreman expuso por tercera vez sus títulos. Y fue también quien le puso fin a su invicto y a su aura intimidatoria: lo noqueó en el octavo round de una pelea que se desarrolló en el estadio 20 de Mayo de Kinshasa (Zaire) y sobre la que se ha hablado y escrito más que sobre ningún otro pleito de boxeo. El film When We Were Kings, dirigido por Leon Gast y ganador del Oscar al mejor documental en 1996, y el libro The Fight, de Norman Mailer, son dos de las piezas paridas por aquel pleito.
Aquella derrota fue una daga en el orgullo y la autoestima de Foreman. El perdedor afirmó primero que no se había puesto de pie a tiempo luego de su caída en el octavo round porque sus asistentes habían retrasado la señal que debían hacerle para que se parara al octavo segundo de la cuenta del árbitro Zach Clayton. Luego acusó a su entrenador, Dick Sadler, de haberlo drogado.
“Justo antes de la pelea, me dio un vaso con agua. Tomé un trago y casi lo escupo. ’Esta agua tiene gusto a medicina’, le dije. Me respondió que era la misma de siempre y por eso terminé de beberla”, contó.
De a poco y no sin dificultades, Foreman consiguió asimilar la derrota.
“Después de la pelea, estuve amargado por un tiempo. Tenía todo tipo de excusas: las cuerdas del ring estaban sueltas, el árbitro contó demasiado rápido, el corte (que había sufrido un mes antes del combate) afectó mi entrenamiento, estaba drogado. Debería haber dicho que ganó el mejor, pero nunca había perdido, así que no sabía cómo perder”, sostuvo años más tarde.
Quince meses se tomó Foreman antes de volver a trepar a un cuadrilátero. Lo hizo el 24 de enero de 1976 en el Caesars Palace de Las Vegas para disputar el campeonato pesado de la Federación Norteamericana de Boxeo, que estaba vacante, con Ron Lyle, un hombre que había pasado siete años y medio en prisión y que en la cárcel había descubierto el pugilismo luego de sobrevivir a un apuñalamiento por el cual fue sometido a una operación que duró siete horas y durante la cual fue declarado muerto dos veces.
Esa contienda fue considerada luego la mejor del año por la revista especializada The Ring. Y no fue para menos. Después de tres asaltos de intenso intercambio, en el cuarto Foreman visitó la lona dos veces, pero entre ambas caídas también derribó a su rival. En el quinto episodio, el excampeón mundial estuvo al borde de la derrota, pero el peleador nacido en Dayton y afincado en Denver no pudo completar la faena y permitió que el texano emergiera de las sombras para noquearlo cuando restaban 32 segundos en ese episodio. En marzo de 2001, The Ring confeccionó el ranking de los 12 rounds más emocionantes de la historia del boxeo y el cuarto del duelo entre Foreman y Lyle fue ubicado en el sexto puesto.
Tras una derrota ante Jimmy Young en San Juan de Puerto Rico en marzo de 1977, Foreman se retiró y dedicó los 10 años siguientes de su vida a la religión, oficiando como ministro. Sin embargo, volvió a combatir en marzo de 1987. Y no solo eso: volvió a ser campeón mundial después de dos intentos fallidos frente a Evander Holyfield, en abril de 1991, y Tommy Morrison, en junio de 1993.
El 5 de noviembre de 1994, Big George, quien entonces tenía 45 años y 299 días, y exhibía un físico muy distinto al de su época de oro, enfrentó en el MGM Grand de Las Vegas a Michael Moorer, quien una semana después iba a cumplir 27 años, era el campeón de la AMB y de la Federación Internacional de Boxeo (FIB), y era claramente favorito para derrotar al veteranísimo exmonarca.
Moorer dominó las acciones durante gran parte del pleito e iba en ventaja en las tarjetas de los tres jueces hasta el inicio del 10° round, pero en ese asalto un derechazo fulminante de Foreman lo puso de espalda en la lona, donde escuchó la cuenta completa del árbitro Joe Cortez. Así el texano se convirtió en el peleador más longevo en ganar un campeonato de peso pesado.
Los títulos no duraron demasiado en su poder, aunque no por haber sido derrotado. La AMB lo despojó en marzo de 1995 por negarse a enfrentar al número uno de su ranking, Tony Tucker. Y en junio de ese año renunció a la corona de la FIB por no querer otorgar una revancha al alemán Alex Schulz, con quien había empatado dos meses antes. De todos modos, sigue siendo el campeón pesado más longevo de la historia: cuando entregó el cetro de la FIB, tenía 46 años y 169 días. /
Clarìn