Domingo 20 de Abril de 2025, 08:58

Antonino Rodríguez Villecco
A principios del siglo XX, Antonino Villecco llegó a Tucumán
desde Acerno, provincia de Salerno (Italia). Con él vino la tradición
por el trabajo y por la elaboración del pan. Es el abuelo del actual
propietario de Panadería Villecco, Antonio Rodríguez Villecco, que
rememora que su antepasado arrancó en el negocio La Internacional, de su
tío Doménico que, al poco tiempo, decidió regresar a su país.
Su
abuela, María Dilascio, tuvo cinco hijos, Enrique, Antonia (su madre),
Adela, Yolanda y Adalberto, quienes siguen el legado familiar de
sacrificio y amor por la panadería. Precisamente, Adalberto, con 95 años
cumplidos recientemente, rememoró los inicios del negocio que hoy
continúa en pie, por el compromiso de la descendencia familiar, que no
sólo asumió la posta de sostener la tradición, sino también de mejorar
el producto que venden a los tucumanos.
Hoy, Antonino Rodríguez Villeco saluda a cada cliente que lo reconoce. Entra al negocio en compañía de sus hijos. Mira hacia una de las paredes. Un mural atribuido al artista Gaspar Spadafora caracteriza a la casa central. Es un peón que siembra trigo. En realidad, en el viejo local, que está al lado de Corrientes 751, no sólo era la casa de familia, sino la panadería. Allí se emplazaba el verdadero dibujo que se completaba con toda la secuencia de producción hasta lograr el pan.
Es uno de los primeros en ir a trabajar y está atento a todo el negocio, junto con sus hijos, de quiénes se siente orgulloso por seguir el legado familiar. Villecco llegó a los 100 años de existencia, una panadería que es una marca registrada para los tucumanos. Antonino se excusa de no ser tan abierto para las entrevistas, pero cuenta algunos detalles de lo que han sido los 40 años que le tocó gestionar un comercio que nació de inmigrantes italianos que vinieron a la Argentina trayendo sus costumbres y sus productos. Rodríguez Villecco abre una carpeta que atesora de la que salen fotografías, recortes de diarios, escritos y dedicatorias.
-¿Qué significa cumplir 100 años?-Tengo en mi haber una parte de esa historia, 40 años; los otros 60 años son de mi abuelo, que es el fundador, y de mi tío. De ellos siento que nos transmitieron la honestidad para llevarles a todos nuestros clientes un producto de calidad. Todos saben que lo que ven en el mostrador está hecho con buenos productos. Claro que el negocio no sólo depende de los panificados, de las masas o de las pastas. También está la calidad de todas las personas que llevan adelante este negocio, de empleados y de empleadas con 15 años de actividad o más. Mirá, por ejemplo, esa cajera que te atiende todos los días tiene 38 años en la empresa. Para mí es un orgullo que sigan este camino, como también lo es que mis hijos (Antonino, Juliana, Josefina y Solana) me acompañen y mantengan esta tradición. Ellos tienen otras profesiones; sin embargo, son tan incondicionales como lo ha sido y lo sigue siendo mi señora (Silvina González Fromm). Me siento orgulloso de que se les haya despertado la pasión, como me sucedió a mí, a mis padres, a mis abuelos y a mis tíos. Transmitir esa pasión hace que el pan que ves en las vidrieras sea diferente. El pan es vida; tiene vida adentro.
-Cada día, cuando se levanta, ¿qué es lo que piensa respecto del negocio? ¿Cuál es la adrenalina que le permite sostenerlo?-A veces esas sensaciones las tengo hasta cuando duermo. ¿Qué es lo que debo hacer? ¿Qué se puede crear para brindar algo diferente al cliente? Esas son las preguntas que uno suele hacerse. Claro que hay períodos en los que pensás que te paralizás, sobre todo durante las crisis, cuando uno tiene que ver la parte económica para sostenerlo. Hacer pan es como un laboratorio; prueba y error. Como dije antes, uno aspira a darle la mejor calidad al cliente, porque de esa manera se lo fideliza y atrae a otros; pero también es fundamental preparar estrategias para venderlo a más personas. A nosotros nos pasó con el pan de oro genovés. Uno piensa que ese producto únicamente es conocido por los italianos. Pero me acuerdo que cuando vino Matías (Auad, con el móvil de LG Play), una señora se acercó para ponderarlo porque no lo había visto en otro lugar. Por lo demás, siempre vengo al trabajo a la misma hora; cumplo el horario como cualquier otro empleado; es mi gente. La principal materia prima para elaborar un pan de calidad es la humana, por lejos, la pasión que ellos le ponen para llevarles todos los días a los tucumanos un producto de calidad. Yo me involucro con ellos. A mí me enseñaron a amasar el pan. Todo lo que se hace aquí lo aprendí de mis familiares y de gente que trabajó con ellos. Lo sé hacer y enseño a los que trabajan aquí, a los más recientes.
-El trato con el cliente es directo. ¿Cuánto hace al negocio que el dueño esté al frente de la línea de fuego comercial?-Es impresionante la devolución de la cordialidad que tenemos. No sabés la cantidad de gente que nos saludó por nuestros primeros 100 años de existencia. Lo dicen en el local, pero también cuando vamos a algún lugar a realizar algún trámite o mientras caminamos. Alguien siempre te comenta que lo que más le recuerda de la panaderías es el aroma del producto que recién sale del horno. O cuando te consulta dentro del local sobre los ingredientes que lleva tal o cual producto. Esa es otra de las claves de nuestro negocio: siempre usamos ingredientes de calidad, porque nos exponemos a las comparaciones.
-En este centenario, han pasado varias crisis en un país con tanta volatilidad económica y política. ¿Cómo hizo para sostener el negocio en el tiempo?-Atravesamos muchas crisis. Cuando nos cambiamos al nuevo local de casa central, estábamos a las puertas de una debacle y, sin embargo, no nos hicimos atrás. Seguimos la tradición de que la panadería debía sortear la crisis, como lo hizo en otras oportunidades. Naturalmente, la experiencia te ayuda. Sin ir más lejos, podemos contar lo que sucedió en esta primera semana del nuevo régimen cambiario en la Argentina. Entre colegas nos hacíamos preguntas acerca de qué hacemos porque los proveedores no querían vender harina. No había precios, nos decían. Nuestra postura fue clara, como siempre; debíamos abrir la panadería como todas las jornadas, salvo los dos días al año en los que no hay actividad. Tenemos que tener los mismos productos. De tantos problemas, recuerdo el tiempo de los saqueos, aunque fue distinto al de las crisis económicas. Toda nuestra gente apoyando, quedándose para defender su fuente laboral. Fue muy fuerte. Durante la pandemia, por mencionar otra situación complicada, no dejamos de pagar los sueldos, pese al aislamiento obligatorio. Y yendo un poco más atrás en el tiempo, en 2001 sacamos una segunda marca que ahora es de primera (La Fornarina). Nunca cerramos porque el dólar haya subido o haya bajado. Ni aumentamos el precio por la volatilidad. Hay un fuerte compromiso en gran parte de nuestra gente que, en muchos casos, se levanta a las 4.30 para abrir la panadería a las 6, y que le llegue a cada uno de los hogares de las familias que confían en nuestros productos. Puedo adquirir las mejores maquinarias, que me pueden incrementar la producción, pero necesitás de tu gente para venderlo, para distribuirlo, para llegar al público cada día.
-En el interior del negocio, donde están los hornos ha fusionado la tecnología con lo tradicional. ¿Cómo es ese proceso?-Uno se crió con el pan tradicional. La clave pasa por usar las recetas que heredamos de los fundadores. Mirá (dice mientras se recorre el establecimiento donde se produce), este horno tiene casi 90 años y nos sigue dando el pan como lo era tradicionalmente, artesanalmente, pero también incorporamos esta tecnología desde el exterior, que nos incrementa la producción. Todo se relaciona manteniendo la calidad de nuestras panificaciones.
-En tantos años de trabajo, seguramente hay anécdotas que lo han marcado...-Muchos recuerdos, pero que estén mis hijos conmigo, eso ha sido una de las grandes satisfacciones. Ese es momento imborrable, el orgullo de tener a mis hijos al lado. En 2001 podríamos haber cerrado y empezar de nuevo. Silvina (su esposa) me apoyó entonces y en todo momento me apoya; en los buenos y en los malos. Uno cierra los ojos y se le vienen a la memoria muchos recuerdos, como cuando pasaba la gente hacia el Ferrocarril Mitre y compraba bollitos y la leche. Siempre estaba mi familia. Me acuerdo que mi abuelo salía con la jardinera a repartir el pan por todo el centro y llegaba hasta donde ahora es Banda del Río Salí. Y no había el puente. Aquí (en la oficina donde funcionaba la vieja panadería La Internacional) hay metafóricamente sangre de mi madre, de mi tía, de mi tío, que estaban parados durante 16 horas laburando de domingo a domingo. Esa puerta que ves allí era de ingreso a la casa familiar. Despachaban y comían por turno para no cerrar el negocio. Lo viví, como si fuera algún almacén de barrio. Hubo chicos que se colgaban del mostrador y algunos de ellos hoy son famosos en sus oficios y en sus profesiones.
-¿Hay una fórmula para el éxito, para sostenerse en el tiempo?-Si uno piensa que ganará mucho dinero trabajando de esta forma, está equivocado. El trabajo va dando el dinero, pero si no tenés pasión por lo que hacés, difícilmente logres los resultados a que aspiras. Creo que no pasa solo por lo monetario. A uno le puede dar satisfacción ayudar al prójimo, como lo hacían mi tía Adela y mi madre que todos los viernes a las 5 salían a regalar el pan que nos quedaba del día anterior a la gente de calle. Uno miraba y se preguntaba cómo era eso de dar y, a la vez, atender a los clientes que iban a buscar el pan de cada día. Ellas les daban tanta prioridad como aquellos que podían comprar el pan fresco. Si hasta sabían sus nombres de pila.
Los 100 años de Villecco: una familia que puso pasión y sacrificio para llevar el pan de cada día
-En este centenario de existencia, ustedes mantienen ese legado, pero no lo difunden...-Creo que todos los que tienen panadería ayudan a los demás, a instituciones de bien público. Uno podría haber optado que, durante un cumpleaños tan significativo como los de 100, hiciera quizás una gran fiesta. Eso sería solo para una noche y para algunas personas; creo que el festejo es al revés. Nosotros queremos ir al cumpleaños de las personas que nos necesitan. Como comentaba hace instantes mi hijo (Antonino), estuvimos en la Casa de los Hermanos como también en entidades como fundaciones infantiles u hogares de ancianos para festejar también con ellos. Uno debe involucrarse con la sociedad de la mejor manera, ver en el otro lo que necesita.
-¿Cómo es eso de vender el pan bajo el brazo?-Es una vieja tradición desde donde nace el viejo dicho que alguien viene con el pan bajo el brazo. Lo hicimos con los amigos y con los empleados. También con nuestros familiares. Cuando nace un bebé llega con el pan bajo el brazo y Villecco se los proporciona. Surgió así y lo vendemos. Veía que siempre se colgaban escarpines en las puertas de las habitaciones y me dije: ¿por qué no llevarle el pan bajo el brazo?
-¿Qué le dice a la gente que ha confiado tantos años en Villecco?-Un gracias así de inmenso (abre sus brazos). Un millón de gracias. Hay Villecco para rato, con la quinta generación. /
La Gaceta
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