Domingo 27 de Abril de 2025, 22:25

El atleta estadounidense trabajó en una tienda de tatuajes y se unió a una banda de rock llamada “Weapons of Mass Destruction”.
Anthony Ervin no solo dejó su huella en la historia olímpica por sus logros en la piscina, sino también por su vida marcada por desafíos extremos. Nacido en 1981 en Valencia, California, en una familia multicultural, mostró desde pequeño un talento natural para la natación. Sin embargo, su vida personal fue un torbellino: a los siete años, ingresó al equipo de natación para canalizar su hiperactividad y más tarde fue diagnosticado con síndrome de Tourette.
La natación se convirtió en su refugio y, a los 19 años, alcanzó la cima al ganar el oro en los 50 metros libres en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. Sin embargo, la fama lo desbordó. A los 23 años se retiró, y su vida se sumió en adicciones, autodestrucción y una profunda crisis emocional. En 2004 intentó quitarse la vida, un episodio que transformó su perspectiva: "Si no puedo destruirme, quizás es que no puedo ser destruido", reflexionó.
Buscando sanar, abrazó el budismo y retomó sus estudios universitarios. En 2011, decidió volver a nadar. Contra todo pronóstico, se clasificó para Londres 2012 y en Río 2016, con 35 años, se convirtió en el nadador más veterano en ganar una medalla de oro individual en los 50 metros libres. También ganó el oro en el relevo 4x100 metros.
Ervin no solo ganó medallas, sino que conquistó su propia historia de redención, demostrando que la verdadera victoria es superarse a uno mismo.
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