Viernes 06 de Junio de 2025, 14:42
Si bien la máquina del tiempo es hasta el momento un invento del cine y la literatura: viajar al pasado es posible. En la avenida Rivadavia 4035, en el barrio porteño de Almagro, Claudio, un histórico kiosquero de la zona, realizó un insólito festejo y puso a la venta doce productos al precio que tenían en 2013.
“Los precios no son en dólares, son en pesos”, dice Claudio: una aclaración necesaria para cientos de clientes que se acercan hasta su local, imantados por la ausencia de ceros en los carteles que acompañan sus productos. Entre la selección del comerciante se destacan las bolsas de gomitas a $ 4, turrones con maní a $ 2 y los alfajores por $ 1,50.
Señalando los productos exhibidos, Claudio dice: “Fijate como en estos años no solo nos arruinaron el bolsillo: también nos destruyeron la vida”.
Consultado sobre la motivación del festejo, el kiosquero aseguró que se trata de una iniciativa en conjunto con algunas marcas “que lo llamaron y le dijeron: ”Estamos pinchados, hagamos algo". Así que este es el tercer año que lo hacen. “Ojo que no son productos vencidos o prontos a vencer”, aclara.
Junto a la improvisada góndola hay un carrito con varios potes de aderezo. “En 2013 un superpancho estaba a $ 20 y hoy cuesta $ 2000: un aumento del 10.000%”, relata Claudio. En un intento de calendarizar la crisis, el kiosquero subraya que “la caída estrepitosa en las ventas comenzó en marzo”.
Un día a día insostenibleEl local de Claudio es de sesenta metros cuadrados, con un alquiler mensual de $ 1.500.000, una realidad que lo lleva a mirar el camino recorrido. “En mis 50 años de experiencia tuve una pyme y doce locales. Estuve en los dos lados del mostrador, pero jamás viví algo así”. Esta situación hizo que durante el último año cerraran 16.000 kioscos en todo el país.
Sobre el vínculo con sus colegas, Claudio comenta que, si bien siempre hubo enemistad y competencia, hoy en día están unidos. “Empresa que nos sube los precios, empresa a la que le dejamos de comprar”, apunta. Luego hace mención a su rol como influencer. “En TikTok tenía una cuenta con más de 80 mil seguidores donde denunciaba los abusos y aumentos desmedidos de las marcas que me dieron de baja. Me gusta denunciar a los caraduras”, reconoce.
De cara a lo que viene, el comerciante piensa que un futuro mejor es posible: “La gente putea mucho, pero al mismo tiempo está esperanzada”. El último testimonio es el de Esteban, un remisero que hizo los siete kilómetros que separan su casa, en Pompeya, del kiosco de Claudio únicamente para aprovechar las ofertas.
Según el hombre, al enterarse del festejo por las redes, recordó la reliquia que atesoraba en su mesita de luz: un billete de $ 20. “Como no sabía para qué servía, me vine para acá y me compré un superpancho”, manifestó.
/La Nacion