Lunes 09 de Junio de 2025, 06:39

Un robot entregando la caja de pertenencias a la persona despedida.
Una mañana cualquiera, Simplice Fosso abrió Slack y se topó con el emoji "? automation".
Ese pequeño símbolo marcó el fin de su puesto como jefe de Operaciones de Seguridad en una gran consultora: la nueva IA que llevaba meses a prueba ya replicaba el trabajo de su equipo con la misma precisión. Lo que empezó como promesa de "recualificación" se transformó en "ganancias de eficiencia" y acabó en despido. La escena, relatada por Catherine Baab en su artículo para QZ, es el retrato de una tendencia que se acelera.
La hemorragia blanca que no llega a los titulares
Los casos mediáticos —ingenieros de Microsoft, redactores de Duolingo, analistas de Walmart— son solo la punta del iceberg.
Decenas de reestructuraciones se viven en chats que enmudecen, invitaciones a videollamadas de diez minutos o vacantes que dejan de existir antes de anunciarse. La automatización dejó de ser un proyecto futurista: hoy es una poderosa herramienta de recursos humanos que recorta costes a una velocidad nunca vista.
El golpe psicológico de competir contra algoritmos
A diferencia de la robotización industrial de décadas pasadas, esta ola invade oficinas de vidrio y moqueta, espacios donde el capital simbólico era el título universitario.
El especialista en comportamiento Sekoul Krastev advierte que la IA "mejora cada semana y resulta imposible anticipar su ritmo". El impacto emocional es profundo: ser reemplazado por otra persona ya duele; ser descartado por un software genera, según Krastev, "asco existencial", la sensación de que el sistema entero te rechaza.
Riesgos invisibles: edad, género y desempeño impecable
El caso de Anne Glaberson —también documentado por Baab en QZ— demuestra que ni la alta performance ni la distancia funcional con la IA garantizan inmunidad. Gerente sénior de ingeniería con métricas récord, recibió una invitación a Zoom y diez minutos después estaba fuera.
La reestructuración afectó sobre todo a mayores de cuarenta y a mujeres, mientras la empresa desviaba recursos hacia su nueva plataforma de IA, Airo. La moraleja es clara: el criterio de corte no siempre es la productividad.
Abrazar al "enemigo": la respuesta de los desplazados
Lejos de resignarse, muchos damnificados convierten a la IA en aliada. Fosso se matriculó en un posgrado de analítica e IA en Harvard; Glaberson fundó una startup generativa; Mark Quinn, tras ser despedido de una health-tech, creó "Job Hunt GPT", un asistente que reescribe CV y prepara entrevistas, y gracias a él lidera hoy flujos de trabajo con IA en Pearl.
"La ola ya está aquí: surfeála antes de que te revuelque", resume Quinn.
La culpa del programador
Ni siquiera los ingenieros que escriben el código quedan indemnes. Un científico de datos que automatiza centros de llamadas para empresas Fortune 500 vio cómo un repartidor con un nombre familiar —presuntamente uno de los empleados que su modelo había dejado sin trabajo— le entregaba comida a domicilio.
"No dormí esa noche", admite. La eficiencia algorítmica tiene un coste humano que regresa en forma de remordimiento.
Cómo prepararse para la próxima notificación
Las empresas redirigen presupuestos hacia proyectos algorítmicos mientras los salarios de las pocas vacantes restantes se ajustan a la baja.
Ante ese panorama, aprender a colaborar con la IA, dominar el prompt engineering, mantenerse al día con la regulación emergente y diversificar ingresos son estrategias de supervivencia cada vez más urgentes.
Epílogo: del síndrome del impostor al síndrome del reemplazo
Tal como advierte Catherine Baab en su artículo para QZ, la pregunta ya no es "¿la IA me reemplazará?", sino "¿cuándo y bajo qué condiciones?".
Entre chats que se silencian y sueldos que se evaporan, los trabajadores del conocimiento deben decidir si convierten a la inteligencia artificial en compañera de equipo o esperan el próximo tic verde que marque, otra vez, el punto final. /El Economista
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