Domingo 12 de Octubre de 2025, 12:41
En mayo de 1991, Tucumán vivió una de las páginas más oscuras de su historia reciente. Los titulares de los diarios hablaban de muertes, desapariciones y una violencia inusitada. A ese período se lo recordaría luego como el "mayo sangriento", marcado por una seguidilla de asesinatos que revelaron una trama escalofriante: tres crímenes cometidos por un mismo grupo, con una frialdad y perversión inéditas. En el centro de esa historia estaba el asesinato de Doña Rosa, una mujer mayor, querida y respetada, víctima de su propio entorno.Rosa del Carmen Díaz de Alvarado, conocida por todos como Doña Rosa, vivía en el barrio San Antonio del Bajo, en Banda del Río Salí. Era una mujer sencilla, de vida tranquila, que convivía con su hija Amanda Alvarado y su yerno, Alberto del Valle Scarone, un hombre que se presentaba como artista plástico y letrista, pero que terminaría siendo el cerebro de una serie de asesinatos.
En esa misma casa también vivían Miguel Horacio Ledesma y Ricardo Héctor Sosa, jóvenes que consideraban a Scarone un maestro y que lo seguían con una devoción casi sectaria. Lo que parecía un hogar familiar era en realidad el escenario de una pesadilla: un grupo cerrado, con vínculos de poder, manipulación, celos y violencia.La primera víctima: un albañil desaparecidoEl primero en morir fue Oscar Rubén Rivero, un albañil que alquilaba una habitación en la casa de Doña Rosa. Tenía una relación sentimental con Amanda, la hija de la dueña de casa, y esa fue su sentencia. En diciembre de 1990, Rivero desapareció sin dejar rastros.
La policía no encontró nada en su momento, pero meses después, durante la investigación del crimen de Doña Rosa, se descubriría que su cuerpo había sido enterrado debajo de una cama, dentro de la misma vivienda.
Lo habían golpeado con una maza en la cabeza, lo cubrieron con tierra y cemento, y sobre el improvisado sepulcro colocaron un contrapiso. Nadie sospechó nada: los asesinos dormían a metros del cadáver.Un asesinato con mensaje: el crimen del artistaEl segundo homicidio ocurrió en febrero de 1991. La víctima fue Ramón Okón, un artista plástico y conocido del grupo. Fue hallado desnudo en su casa de la calle Italia al 1200, con un cartel que decía: “Por botón de la cana”. Tenía varias puñaladas en el cuerpo.
Okón había denunciado a Scarone y a sus discípulos por el robo de un anillo perteneciente al arzobispado, una joya histórica que había pertenecido al obispo Benito de Lué y Ruega. La venganza no tardó en llegar: el mensaje escrito sobre su cadáver fue una advertencia.
Héctor Sosa.
El secuestro y asesinato de Doña RosaEl 2 de mayo de 1991, Doña Rosa desapareció. Sus vecinos la vieron por última vez barriendo el patio de su casa. Horas más tarde, una carta anónima —hecha con recortes de diarios— llegó a su familia exigiendo dinero a cambio de su liberación. La misiva parecía salida de una película de terror, pero los investigadores pronto descubrieron que se trataba de una maniobra de distracción.
A los pocos días, un vecino advirtió movimientos sospechosos en la vivienda. Cuando la policía comenzó a excavar el fondo, descubrió lo impensable: el cuerpo de Doña Rosa estaba enterrado en su propio patio. Había sido golpeada en la nuca con una maza y luego estrangulada. Los asesinos intentaron ocultarla con la misma frialdad con que habían eliminado a las víctimas anteriores.
El hallazgo de los cuerpos y el horror reveladoEl descubrimiento de los cuerpos de Doña Rosa y Rivero dejó al descubierto la magnitud del espanto. En cuestión de horas, la policía confirmó que se trataba de una triple serie homicida. Las pistas conducían al mismo grupo y, en particular, a Scarone, quien fue señalado como el autor intelectual de todos los crímenes.
Los medios tucumanos cubrieron cada detalle con morbo y asombro. En las redacciones se hablaba del “trío de la muerte”, en alusión a Scarone, Ledesma y Sosa. El caso ocupó portadas en todo el país y llegó a los noticieros nacionales. Tucumán, hasta entonces más asociada a la política y la historia, se convertía en el epicentro del crimen más atroz de su tiempo.
Un juicio sin precedentesEl juicio comenzó el 18 de septiembre de 1992. Los acusados fueron sentados uno al lado del otro en el banquillo. Scarone, siempre altivo, negó haber ordenado los crímenes. Ledesma y Sosa, sus cómplices, confesaron parcialmente, tratando de reducir su responsabilidad.
El tribunal, presidido por Carlos Norry, Miguel Iácono y Silvia Castellote, escuchó testimonios estremecedores. El fiscal Edmundo Botto describió a Scarone como un “manipulador de mentes”, alguien que ejercía dominio psicológico sobre sus seguidores. Las pericias confirmaron que los crímenes habían sido planeados con precisión y que el móvil combinaba celos, dinero y miedo a ser denunciados.
El 9 de octubre de 1992, la sentencia fue contundente: prisión perpetua para los tres acusados. Amanda Alvarado, hija de Doña Rosa y pareja de Scarone, fue sobreseída por falta de pruebas, aunque su figura quedó envuelta en sospechas que nunca se disiparon.
Las motivaciones del horrorEl tribunal determinó tres motivos principales.
Celos: Rivero fue asesinado por mantener una relación con Amanda.
Venganza: Okón fue eliminado por haber delatado el robo del anillo episcopal.
Silencio: Doña Rosa fue asesinada porque había descubierto los crímenes y amenazaba con denunciarlos.
Scarone fue descripto como un hombre de inteligencia superior, ególatra y manipulador, capaz de someter a sus cómplices mediante el miedo y la sugestión. Los investigadores concluyeron que los crímenes respondían a una lógica interna, casi ritual, en la que el castigo era un acto de “purificación” ideológica dentro de su círculo cerrado.Secuelas de un caso que marcó épocaEl caso de Doña Rosa y el trío de la muerte se convirtió en un símbolo de horror en Tucumán. Los medios lo bautizaron "el mayo sangriento", porque coincidió con otros episodios violentos que estremecieron a la provincia.
Durante meses, las crónicas policiales repasaron los detalles: las excavaciones, las confesiones, los restos hallados bajo el piso. Las fotografías de los acusados, fríos e impasibles, alimentaron el espanto colectivo. La sociedad tucumana, acostumbrada a los conflictos políticos, descubría una violencia doméstica y psicológica inédita, nacida dentro de un mismo hogar.
Más de tres décadas después, el crimen de Doña Rosa sigue siendo objeto de análisis en los estudios de criminalística. Aún hoy se debate si hubo más víctimas y si la policía actuó con la celeridad debida en los primeros días.
Miguel Horacio Ledesma.
Scarone murió en prisión. De sus discípulos, poco se supo después. La casa donde ocurrieron los asesinatos fue demolida, pero los vecinos todavía recuerdan la calle y el olor de la tierra removida aquella tarde en que se descubrió el horror.En la memoria colectiva de Tucumán, el nombre de Doña Rosa no representa solo a una víctima. Representa la ruptura de una confianza básica: la certeza de que el mal estaba lejos. En 1991, el mal vivía en casa, cavaba en silencio bajo los pies de una madre y enterraba junto con ella la inocencia de una provincia entera.
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