Cabrales impulsa a Tucumán como la tierra del café argentino: impactante proyección a 10 años

Domingo 30 de Noviembre de 2025, 23:08

Martín Cabrales



Tucumán comenzó a convertirse en la provincia llamada a quebrar un mito histórico: que la Argentina no puede producir café a escala. El impulso decisivo llegó con el acuerdo firmado entre Cabrales S.A. y el gobierno provincial, un convenio que articula asistencia técnica, investigación, transferencia de conocimiento y prioridad de compra para transformar al cultivo cafetero en un nuevo aporte a la economía regional. 

Lo que hoy aparece como un desarrollo incipiente tiene respaldo geográfico, histórico y productivo, y encuentra paralelos llamativos con países que hicieron del café un símbolo nacional: Colombia, Cuba, Costa Rica o República Dominicana, todos con zonas pedemontanas que se asemejan notablemente al oeste tucumano.

La similitud no es forzada. El pedemonte tucumano —esa franja donde la montaña cae hacia el llano, húmeda, sombreada, con suelos profundos y una topografía escalonada— replica las condiciones de las regiones cafeteras de la Sierra Maestra en Cuba o del Eje Cafetero colombiano, donde la combinación de altitud moderada, sombra natural, temperatura estable y suelos fértiles permitió que variedades como Bourbon, Caturra o Castillo se adaptaran con éxito. 

Algo similar ocurre en Tucumán, donde variedades de alta calidad como Geisha, Bourbon, Castillo y Pacamara ya están siendo implantadas con buenos resultados en las primeras 23 hectáreas experimentales del pedemonte. Incluso existen plantaciones que sobrevivieron heladas puntuales, lo que demuestra que la especie puede aclimatarse de manera estable, un dato clave que empuja a los técnicos a ampliar la escala.

La comparación con Cuba suma otro elemento interesante: la isla forjó durante décadas un esquema productivo donde convivieron azúcar y café como cultivos estratégicos en diferentes pisos altitudinales. En Tucumán, sin replicar ese modelo, aparece una correlación natural entre el antiguo corazón azucarero y este nuevo impulso cafetero. No se trata de una competencia, sino de una complementariedad climática y geográfica: mientras la caña ocupa zonas de mayor calor y menor altitud, el café encuentra su hábitat en áreas más frescas, húmedas y arboladas, justo donde la provincia tiene márgenes de expansión. Así como Cuba diversificó sus paisajes productivos aprovechando sus gradientes de altura, Tucumán podría avanzar hacia un esquema mixto donde el café complemente al limón, la caña, el arándano y otros cultivos de valor exportador.

En este marco, el convenio entre Cabrales y el IDEP funciona como un disparador. La empresa aporta conocimiento industrial, estrategias de manejo agronómico, proyección de mercado y acompañamiento permanente a los productores. La provincia, por su lado, ofrece suelo apto, productores dispuestos a diversificar, acceso técnico y una institucionalidad que permite escalar el proyecto. 

Cabrales también adquirió derecho de prioridad para la compra de la producción local, lo que garantiza salida comercial para los productores que se sumen. Hoy, el proyecto tiene apenas 23 hectáreas en marcha, pero su proyección es audaz: llegar a 8.000 hectáreas cultivadas, producir 28.000 toneladas anuales y generar un movimiento económico estimado en 250 millones de dólares por año. Incluso un escenario más prudente, con 5.000 hectáreas bien manejadas, podría aportar entre 15.000 y 18.000 toneladas de café verde, suficientes para abastecer un tercio del consumo argentino.

El contexto nacional vuelve este proyecto particularmente estratégico. Argentina importa casi la totalidad del café que consume, un mercado dominado por granos de Brasil, Colombia y Centroamérica. La posibilidad de producir café local en condiciones pedemontanas similares a las de esos países no sólo reduce la dependencia de importaciones sino que abre la puerta a una identidad de origen: el café tucumano. El sector productivo ya imagina una cadena de valor completa, desde la cosecha hasta el tostado, pasando por el desarrollo de marcas propias y una eventual presencia en el mercado internacional de cafés especiales, donde variedades como Geisha alcanzan precios premium.



Los desafíos son reales. El café es un cultivo delicado, sensible a las heladas, a la radiación directa y al manejo del agua. Escalar de decenas a miles de hectáreas requiere infraestructura, capacitación intensiva, inversión sostenida y una estrategia de manejo técnico que garantice calidad homogénea. También implica ingresar a un mercado global altamente competitivo, donde la consistencia del producto define la reputación de un origen. 

Sin embargo, Tucumán ya cuenta con un punto de partida valioso: plantas adultas que resistieron el clima local, productores con experiencia en cultivos intensivos, estudios agronómicos en marcha, acompañamiento empresarial y un corredor geográfico que se parece mucho más a Cuba o Colombia de lo que suele imaginarse desde Buenos Aires.

Si las proyecciones se cumplen, Tucumán podría convertirse en la primera provincia argentina en producir café a escala significativa y con sello propio. En un plazo de cinco a diez años, el pedemonte tucumano podría estar incorporado al mapa latinoamericano del café, sumando al perfil productivo provincial un cultivo de alto valor agregado, con identidad botánica, con potencial exportador y con una historia de desarrollo similar a la que vivieron países que encontraron en el café no sólo una economía, sino una marca global.

El movimiento, impulsado por Cabrales, podría ser recordado como el momento en que Tucumán abrió la puerta a un nuevo horizonte productivo, replicando modelos exitosos de las tierras cafeteras del Caribe y de los Andes, y posicionándose como pionera de un café argentino que hasta hace poco parecía imposible.