Vivir con miedo: los padres cada vez tardan más en permitir que sus hijos salgan solos

Jueves 10 de Julio de 2025, 05:30

CAMBIO GENERACIONAL. Padres que de chicos iban solos a la escuela primaria, hoy se resisten a darles autonomía a sus hijos.



Una escena que hace apenas una generación era cotidiana —ver a un niño caminar solo hacia la escuela o jugar libremente en la plaza— hoy es cada vez más infrecuente. Según un estudio del Instituto de Desafíos Urbanos Futuros (IDUF), solo el 34% de los menores de 13 años tiene permiso para trasladarse sin acompañamiento adulto. La cifra revela un cambio cultural profundo y una creciente tensión entre la necesidad de fomentar la independencia infantil y el temor de los adultos frente a un espacio público percibido como peligroso.

La encuesta señala que seis de cada 10 padres actuales comenzaron a moverse solos entre los 9 y los 12 años. Sin embargo, hoy esa transición se demora, sobre todo por el miedo a la inseguridad (citada por el 30% de los encuestados) y a los accidentes viales (20%). A eso se suma la percepción de que los chicos “no están listos” para enfrentarse al mundo sin protección: el 40% cree que aún no tienen edad suficiente.

Gabriela Duarte, vecina de Tafí Viejo, recuerda que a los siete años ya viajaba sola al centro. “Hoy sería impensado”, asegura. Con sus hijos, el umbral se corrió: empezaron a moverse solos recién a los 12. “Siento miedo, pero también sé que deben aprender a manejarse”, reflexiona. Un sentimiento compartido por Valeria Costilla, quien admite que sigue con ansiedad cada trayecto de sus hijos, incluso ya en la secundaria. “A los ocho iba caminando a todos lados, hoy no lo permitiría”, confiesa.

El informe también destaca diferencias en las percepciones según el género: siete de cada 10 padres varones se muestran más confiados en las capacidades de sus hijos, frente a cinco de cada 10 madres. Además, seis de cada 10 adultos consideran que el celular es esencial para “seguir” los movimientos de los menores, reflejando una creciente dependencia tecnológica en el intento de conciliar autonomía con seguridad.

Rodrigo García, padre de dos hijas, observa la diferencia generacional: “Nos bastaba con una llave para salir a jugar hasta que se hiciera de noche. Hoy, mi hija mayor ya se maneja sola, pero fue un proceso largo. La asaltaron hace poco en la parada del colectivo y eso reforzó nuestros miedos”, cuenta.

Especialistas coinciden en que no hay una edad exacta para otorgar libertad. “La autonomía infantil no empieza con el primer viaje solo, sino mucho antes, en gestos cotidianos como dejar el chupete o ir al baño sin ayuda”, explica la psicóloga infantil Cecilia López. En la preadolescencia, entre los 11 y 12 años, muchos chicos están listos para desafíos mayores, pero ese proceso debe ser acompañado gradualmente por los adultos.

“Es un desapego asistido”, aclara López. El niño debe sentir que el adulto está cerca, aunque no intervenga. “Transmitir miedo paraliza; lo mejor es dar confianza, pautas claras y acompañar con entusiasmo”, sugiere. Además, propone usar las vacaciones como una oportunidad para ensayar movimientos autónomos: una ida al almacén, caminar hasta la plaza o tomar un colectivo conocido pueden ser buenas prácticas si se planifican juntos y con tiempo.

Eva Millet, autora de Hiperniños, alerta sobre el exceso de control parental, que no solo limita el desarrollo sino que puede generar ansiedad. “Hay que confiar en que los chicos son capaces de resolver situaciones, incluso equivocarse. Esa es una parte fundamental del crecimiento”, sostiene.

Mientras tanto, la ciudad —con su tránsito caótico, su inseguridad y su falta de infraestructura amigable para los peatones— se presenta como un espacio hostil para las infancias. El resultado es un círculo que se retroalimenta: a mayor temor, menos autonomía; a menos autonomía, menos preparación para enfrentar el entorno urbano.

A la espera de políticas públicas que hagan más segura y accesible la ciudad para los más chicos, muchos padres se debaten entre soltar y cuidar, entre el deseo de verlos crecer libres y la necesidad de protegerlos de un mundo que ya no parece tan previsible. La autonomía, entonces, se convierte en un camino que no solo los niños deben aprender a transitar, sino también los adultos.