El macabro plan para matar a un jubilado por U$S 300 mil dólares: “Necesito una pastilla para...”

Domingo 10 de Agosto de 2025, 12:47

Juan Antonio Melino fue la víctima de un guardia de seguridad que se había ganado su confianza durante la pandemia.



No existe tal cosa como el amigo perfecto. Juan Antonio Melino, un jubilado de 80 años, creía que había encontrado uno en Oscar Darío Sánchez, un guardia de seguridad casi cuatro décadas más joven que él.

Lo había conocido en julio de 2020, durante el pico del aislamiento de la pandemia de COVID-19. El 10 de septiembre por la mañana, un mes antes del anuncio del fin del aislamiento, Sánchez convenció a Melino de visitarlo. Así, poco después de las 10, el guardia de seguridad de 42 años llegó con una mochila al hombro al departamento del jubilado, ubicado en la calle Paseo Colón al 1600, a metros del Parque Lezama.

Melino arrojó las llaves desde su balcón del barrio porteño de La Boca. Horas más tarde, Sánchez salía en silencio, aferrándose a su mochila. Hoy, casi cinco años después, el guardia de seguridad tiene un nuevo trabajo en blanco: pasa el trapo en el penal de Ezeiza.

Esa mañana, Sánchez mató a Melino, tras reducir a su cuidador para maniatarlo y amordazarlo. Luego, fue capturado. El Tribunal Oral en lo Criminal N°2 lo condenó a prisión perpetua en 2023, con una pena confirmada en mayo de 2024 por la Sala I de la Cámara de Casación, integrada por los jueces Gustavo Bruzzone, Jorge Rimondi y Horacio Días.

El motivo del crimen: codicia, robar 300 mil dólares que el jubilado supuestamente había ahorrado.


El guardia de seguridad convertido en preso laborioso no actuó solo. Tuvo un cómplice, llamado Claudio Fernández, un vigilador, tal como él, que recibió diez años de cárcel.

Sánchez fue condenado en ambas instancias por los delitos de homicidio criminis causae y robo a mano armada. Podría haber recibido una pena menor, pero la oscuridad con la que mató fue notable.

El asesinato de Melino, inédito hasta hoy, se convierte en uno de los casos más feroces y macabros de la pandemia, no solo por su método de ejecución, sino por el plan previo, uno que, por lo visto, cambió a último momento.

El fallo de la Sala
El fallo de la Sala I que confirmó la prisión perpetua para Sánchez.

Más detalles

Lo que sigue es parte del expediente que investigó el crimen. Y es bestial: “Una vez en el interior del departamento, y con la finalidad de apoderarse ilegítimamente del dinero u otros bienes de valor, antes de las 12.27 horas, (Sánchez) agredió físicamente a Juan Antonio Melino con un arma blanca”.

Allí, lo torturó. Comenzó a cortarlo, primero en las manos y en el cuello. Lo redujo, maniatándolo por la espalda con cinta adhesiva. Coronó su jugada con una bolsa de residuos negra, colocada sobre la cabeza de su víctima. Luego, ató la bolsa a su pecho con un precinto, también negro.

Así, según la autopsia posterior, estranguló a Melino hasta la muerte.

Mientras tanto, los amigos y familiares del jubilado lo llamaban, una y otra vez. Uno de ellos, testigo de la causa, lo hizo 23 veces durante aquel día. Dos de ellos llegaron al departamento a las 17 del día del crimen. Salieron, horrorizados minutos después.

La Policía de la Ciudad, con el tiempo, llegó a Melino, que vivía con su pareja y su hija. Su casa fue allanada. Allí, encontraron una lapicera y un reloj de Melino.

El asesino había dejado atrás otra prueba irrefutable. En la cocina del departamento se halló una taza sucia. Se encontró en ella un rastro de ADN, que fue peritado: era precisamente el material genético de Sánchez.

También, peritaron su teléfono. Y encontraron que una mai umbanda le dijo rezar por él el día del crimen. Y se halló también una conversación de la pareja de Sánchez con una mujer a la que llamaba “su madrina”, donde le comentó: "La plata no estaba. Todo salió mal. El viejo se cagó muriendo".

“Algo para dormirlo”

La cifra de 300 mil dólares fue introducida en la historia por Fernández, el cómplice de Sánchez. Sin embargo, su participación en el hecho no es tan lineal como parece. El vigilador, que trabajaba en el hospital Argerich, fue parte del plan original.

El expediente asegura, en base a las pruebas recolectadas: “El 31 de agosto de 2020, (Sánchez) le requirió a Fernández una jeringa con una aguja y clonazepam porque necesitaba ‘poner a dormir a alguien, a él… bue, ya sabemos a quién, obviamente, vos y yo ya sabemos a quién, pero necesito dormirlo, necesito algo fuerte, que haga efecto rápido’“.

“Dormir” a Melino era un eufemismo. Con esta jeringa, Sánchez buscaba causarle un infarto. “Así de corta te la digo, amigo, es para causar un infarto y necesito una pastilla para doparlo y para que digan ‘bueh, se tomó una pastilla para dormir y le cayó mal y le agarro un infarto’”, continuó el vigilador, en una conversación hallada en una pericia.

Fernández, dada la condena, lo proveyó del material. Para la Justicia, esta charla prueba que ambos vigiladores se conocían y que el hombre en el hospital Argerich sabía que el único resultado posible era la muerte. La maniobra no parece muy inteligente: el clonazepam hubiese sido hallado en un examen toxicológico. Sin embargo, Sánchez optó por una forma de matar que era menos inteligente todavía. /Infobae