Sábado 23 de Agosto de 2025, 09:05
Por Ricardo Roa
Si no estuviera donde está, en prisión, y también por las razones por las que está en prisión, la contaminación de fentanilo que ha provocado la muerte de al menos 96 personas, Ariel García Furfaro sería número puesto para el Festival de la Novela Negra, donde invitan a personajes del hampa a contar su vida. Quizá sea un nuevo Aníbal Gordon, que tan bien recreó en su libro Marcelo Larraquy: un delincuente interesado en la política que terminó sirviendo a la lacra de la política, esa que comparte la cultura de sacarle al Estado toda la plata que se pueda.
¿Cómo se explica que un tipo al que nadie le compraría una tira de Paracetamol, condenado a siete años por prender fuego a dos empleados de su padre, y sospechado de quemar un laboratorio, importara y fabricara por años drogas y se las vendiera en cantidad a hospitales y organismos públicos, sin ningún control? Incluso el ex presidente Fernández lo subió a un vuelo a Moscú con su ministra Carla Vizzotti por la Sputnik. Los rusos tampoco deben haber googleado: Furfaro. O lo hicieron, y no les importó lo que encontraron.
Ese capítulo ruso lo pinta a Furfaro de cuerpo entero. También, a la política. Furfaro había viajado a Seúl para comprarle a Samsung la patente de un antidiabético. Le dijeron que no, pero ahí surgió la posibilidad de hacer cosas con los rusos. Fue a Moscú y arregló con el Fondo Inversor dueño de la Sputnik. Aparecía el Covid y un nuevo negocio: las vacunas. Furfaro puso la Sputnik a su nombre en el Anmat y entusiasmó a Cecilia Nicolini, la asesora estrella de Fernández que manejaba el tema vacunas sin entender de vacunas: es politóloga. Nada que sorprenda demasiado.
El Gobierno había apostado a tener la Astrazeneca. Armó un consorcio para fabricarla en México pero el proyecto capotó: la FDA, el Anmat de Estados Unidos, no autorizó la planta. No teníamos vacunas ni nos vendían vacunas y cundió el pánico. Sólo quedaban los rusos, y estalló una interna por quién se colgaba la medalla por traer la Sputnik aquí. Sin consultar a Gines González García, Fernández armó el viaje a Moscú con Vizzoti y Nicolini. Cristina le sumó otras dos mujeres: Raquel Méndez, esposa del ministro bonaerense Gollan, y Mariana De Dios, novia de Facundo De Vido. Y con ellas, García Furfaro.
González García, que sabía quien era Furfaro, consiguió apartarlo recién cuando trascendió que le habían descubierto precursores químicos en un depósito no habilitado en Bella Vista. Ginés fue a ver a Fernández a Olivos y le dijo que se iba si la negociación con Moscú no se hacía de Estado a Estado. Al día siguiente, Fernández llamó a Putin. Furfaro arremetió contra Ginés y lo denunció. Amenazas, juicios y agresiones son otra constante, como la de no pagar deudas. Furfaro no juega al juego del más guapo, sino al juego del más matón.
Hay historias de todos los colores. Atropelló y dejó abandonada a una persona, con la que hizo un arreglo extrajudicial. En el hipódromo de San Isidro no dieron ganador a su caballo, y él y su hermano Damián rompieron todo lo que pudieron. Fue al juzgado de Morón a denunciar a los gritos al juez Jorge Rodríguez porque había condenado a tres años al agresor del hijo de Furfaro y él reclamaba 12. Fue expulsado del country San Diego por agarrar a trompadas a un vecino y atacó la casa y amenazó de muerte a un ex socio, que ahora tiene custodia policial.También muy grave: persiguió hasta una estación de servicio y apretó a una inspectora de la Provincia que descubrió irregularidades en HLB Pharma y lo clausuró. Le dijo: “voy a llegar antes que vos a La Plata”. Y tenía razón: la clausura fue levantada. La lista sigue: amenazó con “cagar a trompadas” al editor de una señal de cable que había comprado. El periodista renunció.
El abogado de Furfaro es Gastón Marano, que también lo fue de uno de los copitos que atentó contra Cristina Kirchner. Tiene fuertes vínculos con la embajada de Estados Unidos, donde consiguió que a Furfaro le dieran la visa. Entre 2002 y 2005, Furfaro estuvo dos años y ocho meses preso en La Plata. Trabajaba en el restorán de su padre en Tres de Febrero, se peleó con dos empleados y los prendió fuego. Un tipo pacífico. Fue condenado a siete años pero salió antes, con ayuda de la gobernación. Lideró revueltas de detenidos, armó una especie de sindicato y una relación especial con el juez Eugenio Zaffaroni. Y en esos años preso completó la carrera de Derecho.
Se integró a La Kolina, la agrupación de Alicia Kirchner y montó una verdulería popular. Eran los días de Carnes y Verduras para Todos y Todas. Su jefe era Carlos Castagneto, el ex arquero que fue diputado y ministro y administrador de la Afip. Después se fue a Rosario, conoció y se asoció en el laboratorio Apolo con Jorge Salinas, el de la mafia de los medicamentos. Apolo hacía sueros e inyectables y explotó en un extraño accidente, antes de que llegara una inspección. Estaba sospechado por la compra de efedrina. Hubo una causa judicial y Furfaro fue sobreseído. El intendente de Rosario, Javkin, habló de vínculos con el narco. Como abogado, García Furfaro defendió a uno de los ayudantes de Mario Segovia, el rey de la efedrina.
En febrero del 17 compró Laboratorios Ramallo por unos US$ 40 millones, ¿quién no tiene 40 millones? y luego HLB Pharma, que estaba en una situación difícil. Su dueño, López Bernabó, lo denunció porque nunca le pagó. También compró Roux Ocefa, Nexo Farmaceútica y Surfarma y otras cuatro compañías y restoranes. Un auténtico emprendedor. En una de esas vueltas más oscuras que la noche, se quedó con Top Air, de Lázaro Báez, y con uno de sus aviones, que usa desde San Fernando. Y con aval de 8 gobernadores, pidió en la gestión Massa dólares baratos para traer equipos chinos y fabricar remedios. Por supuesto, se los dieron: 5 millones, aunque compró por 500.000. ¿Quién no hacía diferencias con las SIRA? Encima, se llevó esos equipos a Ciudad del Este para montar la planta allá. Dígame si no está para el Festival de la Novela. O para una historia de la nueva película de Francella.