Un crimen urbanístico: la historia de cómo se destruyó el “Central Park” tucumano que diseñó Thays

Lunes 20 de Octubre de 2025, 08:21

El proyecto original del Parque 9 de Julio contemplaba una superficie superior a la del “Central Park”, pero no se concluyó.



Hubo un tiempo en que Tucumán soñó con tener un parque más grande que el Central Park de Nueva York. Un espacio verde de 400 hectáreas diseñado por Carlos Thays, el paisajista que había dado forma a los principales parques del país. Ese proyecto monumental, pensado para sanear los pantanos del este de la capital y para ser orgullo nacional, terminó siendo mutilado, ocupado y reducido a menos de la mitad. Lo que sobrevive hoy del Parque 9 de Julio es apenas una sombra del sueño original, devorado por décadas de cemento, abandono y decisiones equivocadas.

El Parque 9 de Julio no nació como un proyecto paisajístico, sino sanitario. Su principal impulsor fue el médico sanitarista y político Alberto León de Soldati, quien en 1898 presentó en el Congreso de la Nación un proyecto bajo el lema “gobernar es sanear”. La iniciativa buscaba eliminar los pantanos que ocupaban la zona este de San Miguel de Tucumán, donde se concentraban los mayores focos de malaria y otras enfermedades endémicas.

Así lo relata el periodista Federico Türpe bajo el título “Un crimen urbanístico: la historia de cómo se destruyó el ‘Central Park’ tucumano”.

El objetivo era doble: sanear y purificar. Desecar los terrenos anegados y reemplazarlos por un pulmón verde, que además de mejorar la salud pública embelleciera la ciudad. Gracias a la gestión de Soldati como senador nacional, se aprobaron varias leyes que permitieron expropiar los terrenos donde luego se construiría el parque.


El diseño fue encargado al célebre paisajista Carlos Thays, quien proyectó un parque de 400 hectáreas —59 más que el Central Park— dispuesto en un rectángulo casi perfecto. Iba desde lo que hoy son las avenidas Gobernador del Campo, al norte, hasta Pedro Miguel Aráoz (continuación de Roca), al sur; y desde las avenidas Soldati (De los Próceres) y Brígido Terán, al oeste, hasta Coronel Suárez y Silvano Bores, al este. En total, unas 30 cuadras de largo por casi diez de ancho.

El 23 de septiembre de 1916, coincidiendo con el Centenario de la Independencia, se inauguró la mitad norte del parque, con sus lagos, paseos arbolados y jardines. Era la primera etapa de lo que debía ser un proyecto gigantesco, un símbolo de modernidad y naturaleza.


El principio del fin

Sin embargo, el esplendor duró poco. Como advierte Türpe en La Gaceta, el Parque 9 de Julio terminó convirtiéndose “en uno de los mayores latrocinios en la historia provincial”, comparable solo con tragedias como el cierre de once ingenios en 1966, la deforestación del piedemonte tucumano o la contaminación de los principales ríos.

Poco tiempo después de la inauguración, la mitad sur, que ya había sido drenada y nivelada, empezó a ocuparse con otros fines. Allí surgió, casi por casualidad, el primer aeropuerto tucumano. En 1911, el piloto Marcelo Paillette realizó el primer aterrizaje en esos terrenos, y ese hecho simbólico marcó, según Türpe, “el principio del fin” de esa porción del parque.

Con el paso de los años, los vuelos se multiplicaron y en 1919 se fundó el Aero Club Tucumán, luego convertido en el Aeródromo Benjamín Matienzo, que funcionó allí hasta la década de 1980, cuando se trasladó a Cevil Pozo. Para entonces, esa parte del parque ya había desaparecido del mapa verde.



Las 200 hectáreas que el cemento devoró

Hoy, las 200 hectáreas que formaban la mitad sur del parque están completamente ocupadas. En ese sector se levantaron barrios, el hipódromo, la nueva Terminal de Ómnibus, un shopping, un supermercado, la Facultad de Educación Física de la UNT, cinco escuelas, y numerosas oficinas públicas: la Comisaría 11, un Centro de Atención Primaria de la Salud, la Dirección Provincial del Agua, el Conservatorio de Música, la Dirección de Emergencias Sanitarias, el Centro de Innovación e Investigación, la Dirección de Recursos Hídricos y la Dirección de Minería, entre otras.

Además, el avance del cemento incluyó más de una decena de clubes deportivos —entre ellos, Natación y Gimnasia, Los Tarcos, Cardenales, Tiro Federal, Lince, Argentinos del Norte y el Club Hípico—, además de tres iglesias, tres hogares de asistencia social, cuatro fundaciones y decenas de comercios.

La otra mitad también agoniza

La mitad que sobrevivió al urbanicidio tampoco escapó a la degradación. Según Türpe, de las 200 hectáreas actuales solo 189 permanecen bajo jurisdicción del parque, y de ellas apenas 70 conservan su carácter verde. El resto fue ocupado por calles, avenidas, construcciones públicas y privadas, e instalaciones que poco tienen que ver con el espíritu original del diseño de Thays.

En las últimas décadas, se edificó sobre el parque un hospital psiquiátrico, luego transformado en dependencias de la Universidad Nacional de Tucumán, que hoy albergan las facultades de Psicología, Filosofía y Letras y Odontología, además de dos centros médicos e institutos. A ese predio de unas dos hectáreas se le suman cada año nuevas construcciones.

De tamaño similar son los terrenos cedidos al Club Lawn Tennis y al Complejo Tercer Centenario, este último con tribunas, canchas y clubes de sóftbol. Otro 20% del parque se destinó al autódromo y al Palacio de los Deportes.

El avance del hormigón continuó con instalaciones municipales, como la Escuela de Jardinería, la Casa de la Cultura, la Dirección de Espacios Verdes y el Complejo Municipal de Contención Social. A eso se suman el camping municipal y cuatro locales gastronómicos. “¿A quién se le habrá ocurrido hacer un camping en el principal parque de la ciudad? —se pregunta Türpe—. ¿Alguien imagina algo así en los Bosques de Palermo o en el Central Park?”.



Vandalismo, desidia y tránsito

A la invasión del cemento se suman otros males: vandalismo, robos de luminarias, cables, estatuas y plantas. Cada año se reponen la mitad de las rosas robadas del Rosedal. El trazado vial, pensado para paseos tranquilos, se transformó en un circuito peligroso de avenidas rápidas.

“Las calles del parque —recuerda un editorial citado por Türpe— se convirtieron en arterias congestionadas, ruidosas y contaminadas, donde los vehículos circulan sin límites de velocidad y en distintas direcciones, con cruces de hasta cinco accesos y todos de doble mano”.

El sector suroeste, frente a la Terminal, es hoy un caos de tránsito constante, sin árboles ni orden, saturado de autos, motos, colectivos y camiones. El sector noroeste avanza en la misma dirección.

De Monumento Nacional a espacio en extinción

El Parque 9 de Julio fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1941, pero ese reconocimiento no detuvo su deterioro. En su momento, incluso se inició el trámite para postularlo como Patrimonio de la Humanidad, una aspiración que hoy suena risible, pero que décadas atrás era plausible.

“El paseo actual —escribe Türpe— poco tiene que ver con lo que era hace 81 años. De haber proyectado uno de los parques más hermosos y grandes del mundo, lo convertimos en un complejo de avenidas, edificios públicos, clubes y ruinas. Una mitad ya se ha perdido para siempre. La otra mitad se está perdiendo de a poco.”

El “Central Park tucumano”, aquel símbolo de progreso y salud que debía purificar el aire y embellecer la ciudad, terminó reducido a un mosaico de cemento y nostalgia. Un espejo que devuelve, con crudeza, la imagen de una provincia que alguna vez soñó en grande y que hoy convive con las consecuencias de haber olvidado su propio sueño verde.