Sábado 08 de Noviembre de 2025, 08:57
En los años sesenta, cuando el centro de San Miguel de Tucumán era un hervidero de vida y elegancia, un personaje se ganó un lugar permanente en la memoria colectiva: Carlos Oscar Rojas, más conocido como el señor de los cubanitos. Su figura, con smoking negro impecable, moño y una flor roja en el ojal, se volvió parte inseparable del paisaje urbano.Todo comenzó en 1963. Un sábado por la tarde, los transeúntes quedaron desconcertados al ver a un vendedor ambulante de cubanitos vestido como si fuera a una gala. En una época donde la informalidad marcaba el ritmo de la calle, Rojas rompió los moldes: decidió dignificar su oficio con elegancia. Llevaba una bandeja de madera cargada con barquillos rellenos de dulce de leche, y un aire de serenidad que lo distinguía de todo lo demás.
A los 26 años ya vendía cerca de mil cubanitos por día, a dos pesos con cincuenta cada uno. Trabajaba solo en invierno, porque el calor del verano derretía tanto el dulce como la paciencia. Durante la temporada estival se trasladaba a Buenos Aires o a Mar del Plata, donde cambiaba los cubanitos por globos de gas, que ofrecía a los niños en las playas. “En invierno se trabaja, en verano se sueña”, solía decir.
El hombre detrás del personajeCarlos Rojas había conocido el esfuerzo desde chico. Perdió a su padre cuando tenía seis años y a su madre a los diez. Vivió parte de su infancia en la calle y aprendió a sobrevivir cortando leña o haciendo changas. Con el tiempo descubrió en los cubanitos no solo una manera de ganarse la vida, sino también una forma de expresión.
Su imagen era siempre la misma: impecable, sereno, discreto. Nunca se lo vio sin traje ni moño. No fumaba, no bebía y evitaba los excesos. Le gustaba el fútbol, el cine y las conversaciones cortas con los clientes fieles que lo esperaban cada invierno en las galerías céntricas.
Durante más de seis décadas, Rojas se convirtió en parte del alma del microcentro tucumano. Su figura elegante, ofreciendo dulzura en silencio, era parte de la rutina de miles de vecinos. No hacía falta hablarle: bastaba con su sonrisa y el gesto amable de acercar la bandeja. Era común escucharlo decir con orgullo que jamás cambió su receta ni su presentación.
“El secreto está en hacer las cosas bien, aunque sean simples”, repetía.
Los tucumanos lo adoptaron como parte de su identidad. Generaciones enteras crecieron viéndolo recorrer las mismas galerías, en el mismo lugar, con la misma paciencia. Para muchos, un paseo por el centro no estaba completo sin un cubanito del señor del smoking.
El último adiósCarlos Oscar Rojas murió a los 88 años, el 13 de noviembre de 2024, después de más de sesenta años dedicados al mismo ritual. Su fallecimiento dejó un vacío silencioso entre las galerías donde tantas veces se lo vio pasar. En su despedida, muchos vecinos lo recordaron no solo por el sabor inconfundible de sus barquillos, sino por la dignidad con la que trabajó toda su vida.
El señor de los cubanitos no fue solo un vendedor: fue un símbolo de constancia, respeto y oficio. Su historia demuestra que la elegancia no depende de la riqueza ni del lugar que uno ocupa, sino de la forma en que se enfrenta cada día.
Hoy, cuando alguien evoca al hombre del smoking y los cubanitos rellenos de dulce de leche, no solo recuerda una golosina, sino una parte de la identidad de Tucumán.
Su figura, detenida en la memoria de la ciudad, sigue enseñando que la dulzura —como la dignidad— puede ser una elección de todos los días.