Martes 18 de Noviembre de 2025, 03:35
La muerte de Rosario Vargas, asesinada a balazos en la puerta de su casa en el asentamiento “Villa Cariño”, a metros del Pozo de Vargas, en Tafí Viejo, volvió a poner bajo la lupa un entramado de omisiones, desprotección y alarmas que, según sostienen los propios vecinos, fueron desoídas hasta desembocar en un femicidio anunciado.
La Justicia busca ahora a su ex pareja, Carlos Orlando Arévalo, de 50 años, reconocido por varios testigos como el autor de al menos cuatro disparos que se cobraron la vida de la mujer, quien pudo llegar fácilmente a ella pese a tener vigente una orden de restricción que debía mantenerlo lejos de la víctima.
De acuerdo con la investigación de la Unidad Fiscal de Homicidios I, a cargo de
Pedro Gallo, Arévalo llegó el domingo por la mañana en una motocicleta Yamaha roja, se acercó a la vivienda de Vargas –una estructura precaria de chapa y madera levantada frente a un cañaveral– y abrió fuego para luego escapar. Eran cerca de las 10. Minutos después, el Sistema de Emergencias 107 constató que la mujer, de 41 años, ya no tenía signos vitales. Uno de los disparos ingresó en la zona malar y salió por el occipital.
Pero más allá de la mecánica del crimen, lo que sobrecogió al barrio y agudizó el reclamo social fue el contexto: Vargas había denunciado dos veces a Arévalo por violencia doméstica. En octubre, la Justicia Civil ordenó su restricción. Los vecinos aseguran que ella vivía aterrada, que se había refugiado más de una vez en sus casas y que la policía nunca volvió después de notificar la perimetral. “La abandonaron”, resumió Rodrigo Barraza, quien la asistió en varias oportunidades.
“Ella estaba contenta de haberse mudado acá porque se sentía contenida. Antes vivía en el monte y no tenía quién la ayudara cuando él la golpeaba”, relató el hombre. Su testimonio coincide con el de la tía de la víctima, Rosa Vargas: “Nos alejaba. Una vez nos apuntó con una escopeta. No nos dejaba verla”.
La reconstrucción barrial revela episodios de extrema violencia. Rosario les contaba a sus vecinos que, cuando vivían en Yerba Buena, Arévalo la ataba, la maltrataba y también agredía a su hijo de 13 años, quien el domingo estaba en la vivienda cuando se produjo el femicidio. Fue el propio adolescente quien alertó a los vecinos: “La mataron a mi mamá.”
Tras la perimetral, Arévalo desapareció del asentamiento. Pero la paz de su ausencia no duró mucho. Los testigos dicen que regresó entre las 9 y las 9.30. “No le importó nada: ni el hijo, ni la orden, ni que todos lo viéramos. Vino directo a matarla”, afirmó Nadia, otra vecina. Lo que más indignó al barrio fue la reacción posterior de las autoridades: “El mismo policía que le notificó la perimetral vino a preguntar si estaban peleados. Nunca vinieron a ver cómo estaba ella”, reprochó Barraza.
Según la comisaría de Lomas de Tafí, en octubre recibieron tres denuncias vinculadas al caso: una del propio Arévalo y dos de Vargas. En una de estas últimas ella informó que él le había robado pertenencias tras la prohibición de acercamiento: su celular, su DNI, utensilios y hasta la moto roja en la que huyó después del crimen.
A medida que se conocían estos detalles, “Villa Cariño” se llenó de patrullas, móviles del MPF y del ECIF. El Ministerio Público confirmó que el acusado, luego de irse del asentamiento hace meses, vivía en la casa de sus padres en Yerba Buena. Desde la tarde de ayer se desplegaron operativos de búsqueda en distintos puntos de la provincia, con apoyo de Delitos Rurales, Caballería, CERO, Infantería y comisarías de la zona.
Entre la consternación y la impotencia, los vecinos insistieron en una idea que atraviesa todo el caso: “Rosario pidió ayuda, denunció, avisó. Este final podría haberse evitado”.