Martes 10 de Junio de 2025, 09:54
La noticia ya no es noticia. Por una razón fácil de entender: lo que al principio se constituyó como una novedad, hoy es denominador común. El 40% de los argentinos en condiciones de votar eligió no hacerlo. Al menos en las seis provincias y en la ciudad de Buenos Aires, los distritos que ya tuvieron alguna elección local.El último ejemplo fue Misiones, el domingo. Sólo el 55% del padrón cumplió con el voto. El porcentaje es similar (de modo preocupante) al de las provincias que ya habían tenido procesos electorales. En Santa Fue (primarias y elección de convencionales) fue a votar el 55%, San Luis el 60%, Chaco el 52%, Salta el 62%, Jujuy el 63% y la ciudad de Buenos Aires el 53%.
Una aclaración obvia: en la Argentina el voto es obligatorio.
La pregunta, entonces, es inevitable: ¿cuántos de los que sí fueron a votar lo hicieron obligados por la ley pero comparten la desesperanza de quienes prefirieron no ir? ¿A cuánto llegaría el ausentismo en las urnas si no fuera obligatorio?
Mejor no hacerse ciertas preguntas.
La reincidencia propone una conclusión por sobre otras. No es un problema de un candidato poco atractivo, o de dos; tampoco del declive de un partido nacional o provincial, o de una circunstancia particular: parece, más bien, un quiebre, aunque sea circunstancial, entre los ciudadanos, el calendario electoral y el sistema de gobierno.
El proceso ofrece características que lo alejan de la conmoción: es silencioso, no propone la movilización sino su contrario, la inacción; no hay ruido ni conflicto en la superficie. Pero esas singularidades no deberían conducir a minimizarlo. Quizá se trate de la crisis más grave: la idea -¿acaso convicción?- en casi una mitad del electorado, de que no es mediante el voto que se conseguirá mejorar la vida comunitaria.
De que el voto no sirve para nada.
¿Se trata de un desgano coyuntural o de un desapego más profundo?
Las razones que aparecen para explicarlo, al menos como hipótesis, son varias y atendibles. Falta de conexión con los candidatos, la consideración de que las elecciones locales no definen nada importante, agotamiento por el calendario electoral con las provincias descalzadas de la nacional de octubre, la crisis económica que, lejos de estar superada, aún asfixia y desalienta.
El hecho no es exclusivamente argentino (la participación disminuye en todo el mundo desde 1990) y las razones se plantean similares en otros países democráticos: 1) personas que sienten que su voto es irrelevante, 2) confusión y desconexión con el sistema político, 3) el valor percibido de los candidatos políticos, 4) la naturaleza poco clara del proceso electoral.
Puede ser algo de eso, o puede ser todo eso junto.
No es incorrecto pensar que la representatividad de los legisladores elegidos en estos comicios está herida por la masiva ausencia frente a las urnas. Votar al perdedor o votar en blanco es "jugar" dentro del sistema. No votar es decidir apartarse. Salirse del juego.
El fenómeno debería preocupar porque lesiona lo mejor que la Argentina mostró desde 1983 a la fecha: la robustez de su democracia. Con una crisis económica que luce interminable y con alarmantes estadísticas de pobreza, entre otras tragedias, la fortaleza del sistema es (¿era?) la cualidad que contiene la esperanza. /
Por Gonzalo Abascal - Clarín
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