Domingo 10 de Agosto de 2025, 10:27
Hace 33 años la Policía bonaerense encontró a Saúl Canessa tambaleando en la calle. La versión oficial dijo que el chico estaba borracho y que por eso se lo llevaron detenido. Lo que sucedió en ese lapso derivó en su muerte, tres días después.
Saúl había sido campeón argentino de ajedrez en 1989 y tenía 23 años cuando lo asesinaron en una época en la que las fuerzas de seguridad de la Provincia tenía constantes causas de abusos de autoridad.Su caso pasó por muchas instancias, inclusive
llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por considerarse como un delito de lesa humanidad;tortura seguida de muerte.
Más de 30 años de lucha constante, día a día, fueron los que Mónica Comaschi, la madre del joven, se cargó en hombros para no dejar caer la causa. Pero cansada de los tiempos de la Justicia, decidió, además, no dejar morir tanto tiempo recorrido y lo plasmó en
“El silencio después del jaque”, un libro que cuenta un camino de dolor, pero también de resiliencia.
“Es lo que tengo en la cabeza, mi vida entera”, explicó Comaschi.
“Acá está parte de mi infancia que se encaja con lo de Saúl. Lo que hice para llegar a los 33 años y lo que no hicieron. No quería contar una historia triste, la de Saúl, quería que sea mucho más que eso”, expresó Mónica.
Por eso, aseguró que ella seguirá hablando hasta donde la vida la lleve. “El que toca, juega”, le decía Saúl a su mamá, y desde la pérdida de su hijo, ella tocó cada pieza, pero el juego no terminó y todavía le quedan movimientos por hacer.
La lucha de Mónica durante más de 30 años. El calvario de Saúl
Dos chicas que conocían a Saúl estaban en la vereda de enfrente esperando el colectivo cuando vieron que los policías lo subieron al patrullero y se lo llevaron. La comisaría estaba a tan solo una cuadra de allí, pero Mónica sostiene que no en realidad lo dirigieron hacia la zona de la playa.
Según detalló, cuando finalmente llegaron con él a la seccional no firmaron su ingreso en ningún libro, sino que lo entraron por la cocina y de allí fueron directamente hasta uno de los calabozos, donde lo abandonaron tras la golpiza.
Saúl no recibió asistencia médica en ese momento, a pesar de que se lo notaba visiblemente mareado y se quejaba de dolor, contó su mamá.
Después de varias horas recién, y por la insistencia del chico, lo trasladaron al hospital local. Sin embargo, su cuadro ya estaba agravado, por lo que los médicos decidieron derivarlo al Hospital Interzonal General de Agudos de Mar del Plata.
Mónica y su hijo mayor solo tuvieron unos minutos para verlo. Ella le preguntó si le habían pegado los policías y el chico reaccionó. “Me apretó la mano y pestañeó dos veces”, recordó su mamá, que repitió una vez más esa pregunta y obtuvo la misma respuesta.
Su otro hijo, en cambio, no tenía preguntas, sino tan solo una súplica. “Despertate hermanito”, le decía. Pero el milagro no llegó. Su estado era crítico y tres días después murió.
El fallecimiento de Saúl abrió mil preguntas y una búsqueda incansable de justicia. “Mi hijo murió sabiendo que se moría”, lamentó Mónica y sostuvo: “Fue algo cruento”.
La noche trágica
La noche fatal en la que Saúl se cruzó con sus verdugos estaba yendo a una reunión estudiantil. Había salido en su moto y llovía. En el camino, el vehículo sufrió un desperfecto: se le salió una cadena que había hecho arreglar hacía poco tiempo y tuvo que frenar a arreglarla. Ahí se cruzó con los policías que le pidieron que los acompañara.
“Estimo que Saúl estaba enojado porque no había motivos para que se lo llevaran”, especuló la madre. El chico no había tomado alcohol, a diferencia de lo que había dicho el parte policial. Además, cuando Mónica pudo reconocer el cuerpo, descubrió algo más que la hizo pensar: “Saúl tenía las manos llenas de grasa”. Esto la hizo pensar en una nueva hipótesis: “El accidente fue inventado”.
Todas las alarmas comenzaron a sonar en la cabeza de la mujer. Durante el velorio, la Policía se acercó para sacarle las huellas digitales al cuerpo, situación que debía haberse realizado cuando lo detuvieron.
Saúl fue campeón de ajedrez en 1989.
A partir de ahí se sumaron nuevas situaciones extrañas: el cadáver fue inhumado sin su autorización y aparecieron también varios testigos que aseguraron haber visto a los oficiales cuando le pegaban a Saúl.
Todo esto generó que la familia no se quede quieta y comience su propia investigación, teniendo en cuenta que quienes tenían que proteger a Saúl tenían actitudes extrañas.
Así, con las pruebas reunidas, determinaron que al joven campeón de ajedrez lo detuvieron en la calle y lo llevaron a la zona de la playa. Allí lo torturaron y lo golpearon hasta provocarle una fractura de cráneo, y en ese estado lo trasladaron esposado a la comisaría.
El cuerpo que habló
Después de cinco años, en 1997, una segunda autopsia detectó una lesión hemorrágica en el muslo derecho, en la rodilla izquierda y una fractura en la fosa media cerebral. También encontraron en su cuerpo quemaduras de cigarrillos.
“Los cuerpos hablan, mi hijo estaba esperando que yo lo sacara”, insistió la mujer que aclaró que el golpe que le provocó la fractura de cráneo había sido con un palo.
En julio de 1996, un comisario, un subcomisario y otros tres oficiales de la Bonaerense junto a dos médicos de la fuerza fueron detenidos por su vinculación con el caso de Saúl Canessa, imputados por los delitos de privación ilegal de la libertad y abandono de persona seguida de muerte. No obstante, resaltó Mónica, los uniformados involucrados fueron por lo menos una docena y salieron todos impunes.
El juego de Saúl.
La intervención del comisario inspector Carlos López de la Delegación Judiciales de Quilmes fue determinante para llegar a esas detenciones. Entre las irregularidades que puso al descubierto, por ejemplo, se encontraba la extraña situación de la primera enfermera que atendió a la víctima, a quien jamás se citó a declarar.
El paso del tiempo ya le había puesto en jaque a la verdad. Se perdieron pruebas en el camino y cuando la causa llegó a juicio, en octubre de 2001, ninguno de los seis efectivos que estaban acusados fue condenado por el crimen.
Sin embargo, el médico Héctor Pando, fue condenado a cumplir cuatro años en prisión por el abandono de persona seguida de muerte, cinco años de inhabilitación profesional y ocho años para ejercer cargos públicos.
Una lucha de más de 30 años
A los 20 años, Saúl fue campeón de ajedrez, un juego que practicaba desde que tenía 4. “Fue algo que llevaba en el alma”, insistió Mónica. Al momento del crimen, el joven trabajaba en una empresa de cobranza de electrodomésticos y era muy querido por todos los que lo conocían.
“Treinta años es mucho para un solo ser humano”, subrayó la mujer, que recién pisaba los 40 cuando mataron a su hijo y ahora tiene 74.
Las puertas no se abrieron con facilidad, pero Mónica logró llevar la voz de Saúl hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por un delito de lesa humanidad; tortura seguida de muerte. “Murió custodiado por quienes debían cuidarlo”, apuntó.
La lucha de Mónica Comaschi que lleva más de 30 años, hoy plasmada en un libro que retrata su vida. “Yo fui amenazada, me pincharon el teléfono y hasta intentaron secuestrarme”, enumeró Mónica sobre los costos de su lucha. Por todo ello, resaltó a TN en una entrevista al cumplirse un nuevo aniversario del crimen: “No quiero una solución amistosa con el Estado. No pueden hacerme perder 30 años de mi vida”.
“Fui a la Comisión Interamericana a denunciar al Estado en el 2006 junto a mi abogado. En 2008 viajé a Estados Unidos y tuve la admisibilidad. No tuve más respuesta hasta el 2017, cuando viajé nuevamente con toda la comitiva. Ahí empezamos el ‘tire y afloje’ con el Estado argentino", explicó.
Después de idas y vueltas, la mujer desistió de una solución amistosa. “Era tal el manoseo, todo era un error, no quería negociar con los asesinos de mi hijo ni por asomo. Tantos años de espera, moviéndome, nunca me quede quieta y no lo iba a hacer ahora”, insistió.
“La CIDH condenaba al Estado argentino por la muerte de mi hijo y yo quería que quede en la historia”, sumó.
Cuando renunció a la solución amistosa, en una conferencia telefónica con Washington, su abogado no estaba de acuerdo, pero ella, aseguró, no se quería sentar en una mesa de negociaciones. “Me sentí nuevamente abusada porque seguía la impunidad, la corrupción y no vi que mi abogado me defienda”, lamentó.
En 2020, quien la representaba dejó de responderle los mensajes. “Recibí una nota cuando le caso se estaba por resolver. La Comisión nos estaba reclamando que avisáramos si queríamos seguir con el caso. Intenté comunicarme de mil maneras, una sola vez lo pude contactar y me dijo que había respondido pero me mintió. Todavía tiene un poder y es el responsable de mi causa”, aseguró.
Actualmente, ante la falta de respuesta, Mónica se encuentra trabajando junto a una abogada para intentar recuperar esos años de lucha.
El libro de una historia de lucha que sal ea la venta el 11 de agosto.
Hoy, comparte su historia en escrito: “El libro es la parte más humana, porque no podía no mezclar la humanidad que me llevó estos 33 años. Solo el amor me llevó, cada paso que daba era una barrera, pero seguí. Y esta seguramente sea una de las últimas cosas que haga, pero voy a continuar porque le prometí a él que lo haré mientras siga con vida”, sumó y aseguró: “Uno muere cuando se queda quieto”.
“Mire hacia atrás y me quedé sorprendida de cómo pude tantos años, porque no tengo la más remota idea. Así que entendí que lo del libro surgió porque lo tenía que hacer, escribir sí o sí”, completó la mamá de Saúl, quien asegura que no va a parar nunca hasta cumplir la promesa que le hizo a su hijo.
El ejemplar “El silencio después del jaque” se lanza este 11 de agosto. /
TN