Revelan detalles del atroz crimen de la conejita que cambió para siempre la historia de Playboy

Jueves 14 de Agosto de 2025, 12:00

El 14 de agosto de 1980, Paul Snider, un gigoló de poca monta, asesinó a Dorothy Stratten, su expareja.



La Playmate del año, un director de cine muy importante, un gigoló frustrado y furioso, Hugh Hefner y el mundo estentóreo y al mismo tiempo sórdido de Playboy, los sueños de una joven, las ambiciones desatadas de casi todos. Fue un asesinato atroz que conmocionó Hollywood.

Una chica que creía estar viviendo un sueño pero todo en realidad se trató de una pesadilla atroz. Y absolutamente real.

Dorothy Stratten tenía solo 20 años pero su pasado, aunque breve, la perseguía. En realidad, su perseguidor era su expareja, un proxeneta que no soportaba que la chica triunfara lejos de él.

El 14 de julio de 1980, la chica de tapa, la conejita Playboy del año, la novia de Peter Bogdanovich, fue asesinada de un disparo a quemarropa en la cara por Paul Snider, su exmarido y anterior gigoló. Fue una ejecución que los medios de la época llamaron drama pasional.


Así se llamaba a este tipo de hechos delictivos. Nadie sugería siquiera que podía tratarse de un femicidio. Un hombre que no había soportado la frustración, desbordado por los celos, la obsesión y su ambición por seguir explotando a una chica de 20 años. Casi nadie se detuvo a pensar qué había pasado antes y cómo se habían comportado los hombres (poderosos) que la habían rodeado y sacado partido de ella en ese corto lapso, que la habían tironeado como si se tratara de un objeto, un objeto bello y deseable.



Esa tarde del 14 de julio la casa de Paul Snider estaba demasiado silenciosa cuando entraron los dos amigos que vivían con él. El silencio en ese suburbio de Los Ángeles era algo habitual. Los dos sabían que su amigo se vería con Dorothy, su antigua pareja, esa tarde. Como la puerta de la habitación principal estaba cerrada y en el living había señales de que Snider había estado allí con alguien, creyeron que se había producido una nueva reconciliación. Se sentaron en el living a mirar televisión y a comer. Así pasaron horas. La quietud tan prolongada los inquietó. Cuando abrieron la puerta se encontraron con un cuadro espeluznante. Parecía una escena montada por un (mal) escenógrafo de una película de terror Clase B. Los dos cuerpos desnudos parecían descansar en un lago rojo plantado en la alfombra. Las paredes, el piso, las sábanas y la colcha estaban teñidas por la sangre.

La noticia recorrió el mundo. La Playmate del Año, la Conejita del momento, había sido asesinada de un disparo por su expareja, quien luego se suicidó.

El crimen despertó interés mediático. Tenía los ingredientes de los grandes casos policiales. Una escena truculenta, famosos involucrados, personajes muy importantes relacionados, detalles escabrosos, terribles. Solo le faltaba un elemento clave para que se convirtiera en un folletín que brindara un capítulo nuevo cada día, que pudiera ser exprimido durante semanas: el misterio. Se conocía al homicida y sus motivaciones.

Una carrera ascendente

El día anterior al asesinato se habían cumplido dos años de la llegada de Dorothy a Los Ángeles. Todo ocurrió muy rápido. Demasiado rápido. Con 20 años no había alcanzado sus sueños: los había superado. El desnudo en Playboy, el poster central, las series, el protagónico en una película importante, el título de Playmate del año, Johnny Carson, la plata, las estrellas, el romance con un gran director.

Dorothy Stratten había nacido en Vancouver en 1960. Conoció a Snider, su futuro asesino, siendo muy chica. Se enamoró. Él era nueve años mayor. Se hacía llamar representante artístico pero eso solo era un eufemismo que intentaba ocultar su actividad principal, la de proxeneta. Para él, cruzarse con Dorothy fue como una revelación. No se necesitaba demasiada perspicacia para notar cómo en esa chica convivían la vulnerabilidad del desamparo y una belleza contundente que hacía a los hombres darse vuelta en la calle a mirarla. Sus proporciones físicas eran imponentes; respondían a la perfección al imaginario de la época.

No es difícil describir a Snider. Era una caricatura del gigoló, contenía todos los clichés de su (in)noble oficio. La camisa estentórea abierta hasta cerca del ombligo, cadenas doradas, los pantalones que se ensanchan mientras caen, la mirada impostada, el bigote manubrio, el pelo acomodado con trabajo. Fue él quien consiguió una prueba para Dorothy para Playboy; y fue él también quien convenció a la madre de ella para que firmara el permiso para que se hiciera fotos desnuda (todavía necesitaba autorización porque no había alcanzado la edad legal).

Hugh Hefner vio algo en ella. La llevó, como a tantas otras, a su mansión. Allí la hizo trabajar un tiempo; se contactó con famosos e influyentes. Algún pequeño papel en un capítulo de una serie o la participación en alguna película de clase B. Todo explotó en su vida en agosto de 1979. Ese mes estuvo en la calle el número de Playboy que la tenía como centerfold, en el póster desplegable central de la publicación. Y se potenció cuando en julio de 1980 fue nombrada Playmate del año. Entre todas las chicas hermosas, ella era la más hermosa.


El funcionamiento de la Mansión Playboy es impensado en esta época. Una especie de enorme y sofisticado burdel con el anfitrión sirviéndose de las jóvenes dispersas por la casa, ofreciéndolas a sus amistades y socios comerciales, utilizándolas como moneda de cambio mientras él se paseaba en bata y cerraba suculentos negocios.

Playboy era una de las revistas más influyentes de su tiempo. Estaban los desnudos pero también las exhaustivas entrevistas, los cuentos firmados por los escritores más prestigiosos, el consultorio sexual y las sugerencias de consumo para ser un hombre exitoso que iban desde música hasta vestimenta. Las grandes marcas publicitaban allí. Era sinónimo de sofisticación y no de porno o truculencia.

En esa mansión se produjo un encuentro que cambiaría la vida de varios de los involucrados. Peter Bogdanovich, reconocido director de cine, demandó a la revista por el uso sin autorización de varios fotogramas de una de sus películas. Hefner supo convencer a Bogdanovich. Tragos, chicas y la propuesta de producirle su próxima película y el incidente quedó olvidado de inmediato. Esa noche el director conoció a Dorothy. El flechazo fue inmediato. Bogdanovich atravesaba una mala racha. Se había separado de Cybil Shepard y sus últimas películas habían fracasado en la taquilla.


Estaba preparando una comedia, Nuestros amores tramposos (They All Laughed) con el protagónico de Audrey Hepburn (su último gran papel). Contrató a Dorothy para que hiciera uno de los personajes femeninos secundarios. El romance empezó casi de inmediato y ella logró alejarse, por un tiempo, de la relación enfermiza que tenía con Snider.

Pero el vínculo entre Dorothy y Snider no se cortó. Se vieron varias veces más. Él la perseguía. Estaba celoso, le decía, le gritaba, que quería recuperar su amor. Pero había otro asunto que mortificaba todavía más a Snider. Se le estaba escurriendo el negocio de su vida. Dorothy se hacía cada vez más conocida y había comenzado a facturar. El premio por ser la Playmate del año fue de 200.000 dólares.

El plan macabro

La obsesión (y el despecho) tomaron a Snider. Contrató a un detective. Quería comprobar lo que todo el mundo sabía y que ya salía en letras de molde y con fotos respaldatorias en las revistas: Dorothy estaba saliendo con Bogdanovich. El proxeneta comenzó a buscar un arma con desesperación. Quiso comprar una pero fracasó varias veces. Llegó a pedirle al detective una prestada pero este se negó. El 13 de agosto de 1980 consiguió que le vendieran una de segunda mano. La transacción la realizó en un callejón. Pagó lo que le pidieron sin regatear. Sólo quería asegurarse de que el arma funcionara.

A esa altura ya tenía arreglado un encuentro con Dorothy para el día siguiente. La excusa era terminar de cerrar cuestiones económicas pendientes. Snider insistía en que a él le correspondía cierto porcentaje de algunos de los buenos contratos que había firmado ella en los últimos tiempos. El abogado de Dorothy (que le había puesto Bogdanovich) se ofreció a acompañarla. Ella confiaba en que lograría convencer a su expareja. Temía que la presencia del abogado empeorara las cosas. Además iba con una propuesta generosa: le iba a ofrecer un dinero que Snider no se había ganado. Sólo para ganar algo de paz. Pero él, había anunciado a unos amigos y al detective, sólo aceptaría desaparecer de la vida de la joven y firmarle el divorcio solo si recibía el cincuenta por ciento de todas las ganancias futuras de Dorothy.

Ella llegó a la casa de Snider después del mediodía del 14 de agosto. No sé sabe bien qué ocurrió. Hay unas pocas certezas. Los vasos sucios mostraron que tomaron algo; alguna silla en el piso y adornos rotos, que discutieron; y las pericias demostraron que Snider penetró a Dorothy: la mayoría de los forenses están convencidos de que Snider la violó. Una certeza más: Snider había buscado con denuedo, los días anteriores, un arma.

En algún momento de la tarde, Snider tomó el arma y le disparó a la cara a Dorothy. A quemarropa.

La joven de 20 años murió en el acto. Él se suicidó una hora después. Apoyó el caño de la Mossler calibre 12 debajo de su mentón y apretó el gatillo. En esa hora que separó un disparo del otro, Snider se dedicó a profanar el cuerpo de Dorothy.

El caso ocupó mucho espacio en los medios en las semanas siguientes. Aquellos que no conocían a Dorothy, que no habían visto las fotos en Playboy, por fin las vieron.


Si en los medios el morbo se alimentaba con la película de Bogdanovich que ya estaba terminada a esa altura, con los distribuidores no pasaba lo mismo. Para ellos era veneno. Una película que no tenía el menor destino comercial debido al halo trágico que la rodeaba.

Después del asesinato nadie quiso estrenar Nuestros amores tramposos. Tuvo una salida en muy pocas salas. Y muy poco público pese a que las críticas fueron excelentes. Bogdanovich no se resignó. Quería darle a su obra una oportunidad; pero quería también que Dorothy tuviera una nueva oportunidad, que la mayor cantidad de gente la viera actuando. Le compró la película al estudio y decidió cargar con el peso de la distribución. Gastó todo lo que había conseguido en su década de éxito en Hollywood. Nada cambió: el público rehuyó ver el film. Bogdanovich perdió 5 millones de dólares. El quebranto ahora era doble: emocional y económico. Para que se resignificara tuvieron que pasar décadas, hasta que se dejara de ver bajo las sombras del crimen. Hoy es considerada una de las mejores películas del director.

Intentando reponerse del impacto emocional y económico, Bogdanovich aceptó un encargo de los tantos que le llegaban. Por primera vez no podía imponer un proyecto y debía dirigir para pagar las deudas acumuladas en esos años de depresión. Eligió Máscara (Mask), que significó la resurrección artística de Cher. El verdadero motivo por el cual aceptó hacer la película tenía que ver con Dorothy. Ella, pocos días antes de su asesinato, había ido por primera vez al teatro, había visto la puesta de El Hombre Elefante. Quedó deslumbrada y hasta obsesionada por la historia. Compró libros que contaban la historia real, vio películas y le insistió a su novio, a Peter Bogdanovich, que fuera a ver la obra. Él recién fue cuando ella murió. Trataba de entender qué era lo que generaba fascinación en la chica.

“Cuando caminábamos por las calles de Nueva York con Dorothy, la gente, y te juro que no miento, se frenaba para mirarla. Ella era una visión, era muy impactante en persona, incluso más que en la pantalla. Se frenaban y la miraban. ¡Hasta los perros la miraban! Entonces, le pregunté qué se sentía ser el foco de esa atención. Ella insistía en que no la veían a ella sino que me miraban a mí porque era medio conocido. Le respondí que la única razón por la que me miraban era porque estaba con ella. Pero una vez me respondió, muy honesta, cuando la molesté con esa pregunta: ‘Lo odio, porque hace sentir que hay algo malo conmigo, como si tuviera helado en mi remera o algo así‘. Realmente ella no entendía cuán bella era; y, cuando me vi frente a la idea de Máscara, una película sobre alguien con una tremenda malformación física, pensé: ser muy feo, muy extraño a la vista, o muy hermoso es prácticamente la misma cosa. Te separan de la sociedad, no te dejan estar tranquilo, te miran y te juzgan permanentemente. Entonces pensé que con Máscara estaba haciendo una película para Dorothy”, le contó Bogdanovich al periodista Juan Manuel Domínguez.

La relación del director con el crimen y con Dorothy no quedó sólo en eso. En 1984 publicó un libro sobre su relación con ella y sobre su muerte. Se llamó The Killing of the unicorn. En él expresa su amor hacia la joven, su desolación y muestra enojo respecto a Hugh Hefner.

Pero hubo un hecho más en su vínculo con Dorothy. En 1989, el director se casó con Louis Stratten, la hermana menor de Dorothy. Si a Dorothy le llevaba 20 años, con Louise esa diferencia se extendió a las tres décadas. El matrimonio duró casi 15 años. La boda provocó que Bogdanovich, Dorothy y el crimen volvieran a las portadas de las revistas.


Sobre el asesinato de Dorothy se filmaron dos películas. La primera al año siguiente de su muerte, protagonizada por Jamie Lee Curtis. La siguiente fue una súperproducción dirigida por Bob Fosse (su última película). Estuvo nominada a varios premios y recibió elogios de los críticos. Como una paradoja, como si el homicidio no hubiera dejado ninguna enseñanza, como si fuera sólo un signo inevitable de su tiempo, la atención mediática se centró sobre la actriz principal, la que interpretaba a Dorothy. Margaux Hemingway para lograr el papel debió operarse los pechos, agregarse siliconas. Esa exigencia y su consecuencia física fue lo que imantó los comentarios.

Star 80 se basó en un artículo periodístico escrito por Theresa Carpenter publicado en la revista Village Voice que fue premiado con un premio Pulitzer. The death of a Playmate es una obra maestra del periodismo. En él, la autora no sólo se detiene en las circunstancias del crimen, en detallar cómo la obsesión (y la frustración de Snider) fueron en aumento hasta llevarlo a asesinar a Dorothy. La periodista apunta contra Hefner y contra Bogdanovich. Pone el ojo en sus conductas como nadie lo había hecho hasta entonces.

La música popular también se acordó de Dorothy. Su caso es aludido en Californication de los Red Hot Chilli Peppers y Bryan Adams describe su historia en The best is yet to come.

Hoy Dorothy Stratten tendría 65 años. Nadie sabe cómo sería, cómo habría seguido su carrera artística. La asesinaron hace 45 años. Unas pocas semanas antes la habían nombrado como la mujer más hermosa, la más deseada del planeta. /TN