Jueves 14 de Agosto de 2025, 12:00
Esa tarde del 14 de julio la casa de Paul Snider estaba demasiado silenciosa cuando entraron los dos amigos que vivían con él. El silencio en ese suburbio de Los Ángeles era algo habitual. Los dos sabían que su amigo se vería con Dorothy, su antigua pareja, esa tarde. Como la puerta de la habitación principal estaba cerrada y en el living había señales de que Snider había estado allí con alguien, creyeron que se había producido una nueva reconciliación. Se sentaron en el living a mirar televisión y a comer. Así pasaron horas. La quietud tan prolongada los inquietó. Cuando abrieron la puerta se encontraron con un cuadro espeluznante. Parecía una escena montada por un (mal) escenógrafo de una película de terror Clase B. Los dos cuerpos desnudos parecían descansar en un lago rojo plantado en la alfombra. Las paredes, el piso, las sábanas y la colcha estaban teñidas por la sangre.
La noticia recorrió el mundo. La Playmate del Año, la Conejita del momento, había sido asesinada de un disparo por su expareja, quien luego se suicidó.
El crimen despertó interés mediático. Tenía los ingredientes de los grandes casos policiales. Una escena truculenta, famosos involucrados, personajes muy importantes relacionados, detalles escabrosos, terribles. Solo le faltaba un elemento clave para que se convirtiera en un folletín que brindara un capítulo nuevo cada día, que pudiera ser exprimido durante semanas: el misterio. Se conocía al homicida y sus motivaciones.
Una carrera ascendente
El día anterior al asesinato se habían cumplido dos años de la llegada de Dorothy a Los Ángeles. Todo ocurrió muy rápido. Demasiado rápido. Con 20 años no había alcanzado sus sueños: los había superado. El desnudo en Playboy, el poster central, las series, el protagónico en una película importante, el título de Playmate del año, Johnny Carson, la plata, las estrellas, el romance con un gran director.
Dorothy Stratten había nacido en Vancouver en 1960. Conoció a Snider, su futuro asesino, siendo muy chica. Se enamoró. Él era nueve años mayor. Se hacía llamar representante artístico pero eso solo era un eufemismo que intentaba ocultar su actividad principal, la de proxeneta. Para él, cruzarse con Dorothy fue como una revelación. No se necesitaba demasiada perspicacia para notar cómo en esa chica convivían la vulnerabilidad del desamparo y una belleza contundente que hacía a los hombres darse vuelta en la calle a mirarla. Sus proporciones físicas eran imponentes; respondían a la perfección al imaginario de la época.
No es difícil describir a Snider. Era una caricatura del gigoló, contenía todos los clichés de su (in)noble oficio. La camisa estentórea abierta hasta cerca del ombligo, cadenas doradas, los pantalones que se ensanchan mientras caen, la mirada impostada, el bigote manubrio, el pelo acomodado con trabajo. Fue él quien consiguió una prueba para Dorothy para Playboy; y fue él también quien convenció a la madre de ella para que firmara el permiso para que se hiciera fotos desnuda (todavía necesitaba autorización porque no había alcanzado la edad legal).
El funcionamiento de la Mansión Playboy es impensado en esta época. Una especie de enorme y sofisticado burdel con el anfitrión sirviéndose de las jóvenes dispersas por la casa, ofreciéndolas a sus amistades y socios comerciales, utilizándolas como moneda de cambio mientras él se paseaba en bata y cerraba suculentos negocios.
Playboy era una de las revistas más influyentes de su tiempo. Estaban los desnudos pero también las exhaustivas entrevistas, los cuentos firmados por los escritores más prestigiosos, el consultorio sexual y las sugerencias de consumo para ser un hombre exitoso que iban desde música hasta vestimenta. Las grandes marcas publicitaban allí. Era sinónimo de sofisticación y no de porno o truculencia.
En esa mansión se produjo un encuentro que cambiaría la vida de varios de los involucrados. Peter Bogdanovich, reconocido director de cine, demandó a la revista por el uso sin autorización de varios fotogramas de una de sus películas. Hefner supo convencer a Bogdanovich. Tragos, chicas y la propuesta de producirle su próxima película y el incidente quedó olvidado de inmediato. Esa noche el director conoció a Dorothy. El flechazo fue inmediato. Bogdanovich atravesaba una mala racha. Se había separado de Cybil Shepard y sus últimas películas habían fracasado en la taquilla.
Estaba preparando una comedia, Nuestros amores tramposos (They All Laughed) con el protagónico de Audrey Hepburn (su último gran papel). Contrató a Dorothy para que hiciera uno de los personajes femeninos secundarios. El romance empezó casi de inmediato y ella logró alejarse, por un tiempo, de la relación enfermiza que tenía con Snider.
Si en los medios el morbo se alimentaba con la película de Bogdanovich que ya estaba terminada a esa altura, con los distribuidores no pasaba lo mismo. Para ellos era veneno. Una película que no tenía el menor destino comercial debido al halo trágico que la rodeaba.
Después del asesinato nadie quiso estrenar Nuestros amores tramposos. Tuvo una salida en muy pocas salas. Y muy poco público pese a que las críticas fueron excelentes. Bogdanovich no se resignó. Quería darle a su obra una oportunidad; pero quería también que Dorothy tuviera una nueva oportunidad, que la mayor cantidad de gente la viera actuando. Le compró la película al estudio y decidió cargar con el peso de la distribución. Gastó todo lo que había conseguido en su década de éxito en Hollywood. Nada cambió: el público rehuyó ver el film. Bogdanovich perdió 5 millones de dólares. El quebranto ahora era doble: emocional y económico. Para que se resignificara tuvieron que pasar décadas, hasta que se dejara de ver bajo las sombras del crimen. Hoy es considerada una de las mejores películas del director.
Intentando reponerse del impacto emocional y económico, Bogdanovich aceptó un encargo de los tantos que le llegaban. Por primera vez no podía imponer un proyecto y debía dirigir para pagar las deudas acumuladas en esos años de depresión. Eligió Máscara (Mask), que significó la resurrección artística de Cher. El verdadero motivo por el cual aceptó hacer la película tenía que ver con Dorothy. Ella, pocos días antes de su asesinato, había ido por primera vez al teatro, había visto la puesta de El Hombre Elefante. Quedó deslumbrada y hasta obsesionada por la historia. Compró libros que contaban la historia real, vio películas y le insistió a su novio, a Peter Bogdanovich, que fuera a ver la obra. Él recién fue cuando ella murió. Trataba de entender qué era lo que generaba fascinación en la chica.
“Cuando caminábamos por las calles de Nueva York con Dorothy, la gente, y te juro que no miento, se frenaba para mirarla. Ella era una visión, era muy impactante en persona, incluso más que en la pantalla. Se frenaban y la miraban. ¡Hasta los perros la miraban! Entonces, le pregunté qué se sentía ser el foco de esa atención. Ella insistía en que no la veían a ella sino que me miraban a mí porque era medio conocido. Le respondí que la única razón por la que me miraban era porque estaba con ella. Pero una vez me respondió, muy honesta, cuando la molesté con esa pregunta: ‘Lo odio, porque hace sentir que hay algo malo conmigo, como si tuviera helado en mi remera o algo así‘. Realmente ella no entendía cuán bella era; y, cuando me vi frente a la idea de Máscara, una película sobre alguien con una tremenda malformación física, pensé: ser muy feo, muy extraño a la vista, o muy hermoso es prácticamente la misma cosa. Te separan de la sociedad, no te dejan estar tranquilo, te miran y te juzgan permanentemente. Entonces pensé que con Máscara estaba haciendo una película para Dorothy”, le contó Bogdanovich al periodista Juan Manuel Domínguez.
La relación del director con el crimen y con Dorothy no quedó sólo en eso. En 1984 publicó un libro sobre su relación con ella y sobre su muerte. Se llamó The Killing of the unicorn. En él expresa su amor hacia la joven, su desolación y muestra enojo respecto a Hugh Hefner.
Pero hubo un hecho más en su vínculo con Dorothy. En 1989, el director se casó con Louis Stratten, la hermana menor de Dorothy. Si a Dorothy le llevaba 20 años, con Louise esa diferencia se extendió a las tres décadas. El matrimonio duró casi 15 años. La boda provocó que Bogdanovich, Dorothy y el crimen volvieran a las portadas de las revistas.
Sobre el asesinato de Dorothy se filmaron dos películas. La primera al año siguiente de su muerte, protagonizada por Jamie Lee Curtis. La siguiente fue una súperproducción dirigida por Bob Fosse (su última película). Estuvo nominada a varios premios y recibió elogios de los críticos. Como una paradoja, como si el homicidio no hubiera dejado ninguna enseñanza, como si fuera sólo un signo inevitable de su tiempo, la atención mediática se centró sobre la actriz principal, la que interpretaba a Dorothy. Margaux Hemingway para lograr el papel debió operarse los pechos, agregarse siliconas. Esa exigencia y su consecuencia física fue lo que imantó los comentarios.
Star 80 se basó en un artículo periodístico escrito por Theresa Carpenter publicado en la revista Village Voice que fue premiado con un premio Pulitzer. The death of a Playmate es una obra maestra del periodismo. En él, la autora no sólo se detiene en las circunstancias del crimen, en detallar cómo la obsesión (y la frustración de Snider) fueron en aumento hasta llevarlo a asesinar a Dorothy. La periodista apunta contra Hefner y contra Bogdanovich. Pone el ojo en sus conductas como nadie lo había hecho hasta entonces.
La música popular también se acordó de Dorothy. Su caso es aludido en Californication de los Red Hot Chilli Peppers y Bryan Adams describe su historia en The best is yet to come.
Hoy Dorothy Stratten tendría 65 años. Nadie sabe cómo sería, cómo habría seguido su carrera artística. La asesinaron hace 45 años. Unas pocas semanas antes la habían nombrado como la mujer más hermosa, la más deseada del planeta. /TN