50 años del crimen del tucumano Larrabure: “Los jueces todavía tienen miedo y no quieren juzgar a los guerrilleros de los años 70”

Martes 19 de Agosto de 2025, 07:45

Arturo Larrabure, a 50 años del secuestro y asesinato de su padre, el Coronel Argentino del Valle Larrabure, en un operativo del ERP



Hace 50 años –el martes 19 de agosto de 1975- apareció sin vida en un barrio de la periferia de Rosario el coronel tucumano Argentino del Valle Larrabure, luego de permanecer secuestrado durante 372 días en manos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y aún hoy el caso es una herida que sangra en la memoria de la violencia de los años 70. La Corte Suprema de Justicia declaró recientemente “abstracto” el caso judicial y desestimó el pedido de su hijo Arturo Larrabure para dictaminar que se trató de un crimen de lesa humanidad.

Había nacido en Tucumán en 1932.  

Miembro del Ejército Argentino y con el grado de Coronel (Post mortem), Larrabure fue víctima de un secuestro, cautiverio y muerte en manos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en el año 1975. 

Mientras se desempeñaba como subdirector de la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos Villa María, fue secuestrado el 12 de agosto de 1974 durante el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón por la organización guerrillera ERP y permaneció cautivo 372 días en una denominada «cárcel del pueblo»,? hasta su muerte.

Un mes después de la muerte de Juan Domingo Perón, en agosto de 1974, el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) había atacado la Fábrica de Pólvoras y Explosivos de Villa María, en Córdoba, en una acción llevada adelante por más de 100 guerrilleros que atravesaron los campos lindantes de la fábrica militar en la noche y penetraron en la unidad, librando un combate que se prolongó durante una hora y media, con muertos, heridos y secuestrados.

“La Corte se lavó las manos como Poncio Pilatos, no ha querido juzgar”, lamentó Arturo Larrabure , mientras el testimonio de su padre es analizado en un proceso de beatificación que avanza en la fase diocesana de la Iglesia para incluir su nombre entre los mártires del siglo XX.


A pesar de los tropiezos en el camino judicial, Larrabure hijo está convencido de que el paso del tiempo “decanta las cosas: aflora la historia y ya no hablamos de memoria o de relato”.

Este martes, a las 10, la figura de Larrabure será recordada con un acto en el Ministerio de Defensa, donde hablará el titular de la cartera, Luis Petri. La Banda Militar del Regimiento Patricios estrenará la marcha patriótica “Coronel Larrabure”, con música de Miguel Ángel Milano y letra de Adolfo Storni. Una composición singular y poco frecuente en los tiempos modernos de las Fuerzas Armadas.

-¿Qué significado tiene hoy, 50 años después, el ataque del ERP a la unidad militar de Villa María?

-Mi padre fue secuestrado el 11 de agosto de 1974, en pleno gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón. Después de tanto tiempo las cosas van decantando y aflora la historia. Ya no hablamos de memoria o de relato. Nadie puede decir que los militares que estaban en la Fábrica de Pólvoras y Explosivos de Villa María asistiendo a una fiesta de carácter civil, porque se despedían ingenieros y se les daba la bienvenida a otros, reprimieron a un grupo de civiles, sino que defendieron la unidad. El objetivo de los atacantes era apoderarse de las armas que allí se guardaban.

-¿Cómo era esa unidad militar?

-Era una fábrica militar muy grande, con muchas hectáreas. Trabajaban allí unos 1000 operarios y era muy difícil custodiarla. Por eso la operación armada, llevada adelante por Decididos, un grupo del ERP de Córdoba comandado por Juan Eliseo Ledesma, el mismo que un año después dirigió el ataque al Batallón de Monte Chingolo, fue muy bien organizada. Ingresaron por atrás y esa noche hubo muertos, heridos y secuestrados.

-¿Cómo fue el ataque?

-El ERP se atrincheró en una construcción de la parte de atrás de la unidad. El grueso ingresó a la fábrica y sus objetivos eran el robo de armas y el secuestro de oficiales superiores, como el mayor Larrabure, que era mi padre y subdirector de la unidad, y el capitán Roberto García, también tomado como rehén e introducido en un auto junto con mi padre, , pero que luego intentó escapar y fue herido de gravedad con 14 impactos de bala. También intentaron secuestrar al teniente coronel Osvaldo Jorge Guardone, quien estaba enfermo en su vivienda y se defendió con todo el arsenal militar que tenía a su alcance. Abatió al guerrillero Ivar Brollo y también murió el combatiente Justino Argañaraz, lo que demuestra que al contrario de lo que algunos alegan hubo combates, que se prolongaron durante una hora y media. Estos nombres son importantes porque muchos de los atacantes al regimiento durante la vigencia de un gobierno constitucional recibieron años después un homenaje en el Parque de la Memoria de la Ciudad e, incluso, hubo descendientes que cobraron millonarias indemnizaciones como víctimas del terrorismo de Estado.

-¿Qué pasó con el otro militar secuestrado?

-El capitán García fue dejado abandonado, herido, cerca del Hospital Militar de Córdoba, lo que permitió luego reconstruir la ruta de los secuestradores. Con el tiempo se descubrió que el primer lugar en el que estuvo cautivo mi padre en “las cárceles del pueblo”, que eran sótanos en lugares muy escondidos e insalubres, fue en Mendiolaza, muy cerca del aeropuerto de Pajas Blancas. Después fue llevado a una vivienda en la calle Garay, en Rosario.

-¿Existió alguna complicidad que hubiera facilitado el ingreso del ERP a la unidad?

-El modus operandi del ERP era similar en la mayoría de los ataques a unidades militares. Generalmente había un soldado conscripto entregador. En el asalto al Comando de Sanidad del Ejército, en septiembre de 1973, había sido Hernán Invernizzi, en el ataque al regimiento de Infantería de Monte 29, de Formosa, fue Luis Roberto Mayol y en Villa María fue Mario Antonio Eugenio Pettigiani, también recordado con placas en el Parque de la Memoria y en la ciudad cordobesa de Oliva.

-¿Cómo fue la participación de Pettigiani?

-Era un conscripto y, cuando los atacantes ingresaron en la unidad militar, distrajo al soldado Jorge Fernández, que estaba de guardia. Le pidió un cigarrillo y en ese momento le dispararon dos balazos en la cabeza. Fernández quedó herido, lisiado para toda la vida y hoy sigue hemipléjico. Esa era la violencia que sufrimos esa noche y que se vivía permanentemente. Eran más de 100 atacantes y los combates en Villa María fueron feroces.

-¿Su familia se encontraba en la fábrica militar?

-Yo estaba en casa, en el predio de la unidad militar, y me desperté por los impactos de bala que pegaban en las paredes. Tenía 15 años y me dí cuenta que algo tremendo pasaba por los disparos. Escuché por altoparlantes que una mujer decía que “las armas del pueblo han copado la fábrica militar” y que “no ofrecieran resistencia porque iba a pasar lo mismo que en Azul”. En enero de ese año el ERP había intentado copar el Regimiento de Caballería de Tiradores Blindados 10 de Azul, donde fueron asesinados el jefe de la guarnición, el coronel Camilo Arturo Gay, y su esposa, Hilda Irma Cazaux, y tomado prisionero el teniente coronel Jorge Roberto Ibarzábal, ultimado meses después por los guerrilleros cuando fueron interceptados por una guardia militar. La consigna del ERP siempre fue entregar muertos a los militares secuestrados. Ese ataque al regimiento de Azul motivó esa misma noche un enérgico discurso del presidente Juan Domingo Perón, vestido de uniforme militar, cuando por cadena nacional llamó a “aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal”.

-¿Recibían noticias de su padre durante el cautiverio?


-Cuando sus captores le dejaban escribir nos enviaba cartas. Recibimos ocho cartas, que llegaban normalmente para fechas especiales de la familia, como los cumpleaños. La primera llegó en septiembre de 1974 a la casa de mis abuelos, en Floresta, y nos decía que estaba “detenido como prisionero de guerra”. En la Argentina se discute si en esa época había o no una guerra. En la sentencia de la causa XIII, en el Juicio a las Juntas, se dictaminó que hubo “una guerra revolucionaria de baja intensidad”. Los prisioneros de guerra debían tener un trato que mi padre no tuvo.

-¿Les transmitía cómo era tratado?

-Al principio eran cartas afectuosas, muy comprometido con el día a día de la familia y nos decía, por ejemplo, que mi madre no olvidara tomar los remedios. Después se notó un cambio de actitud, como si se hubiera dado cuenta de que no iba a salir con vida. Comenzó a prepararse para morir y a prepararnos a nosotros, como familia por cómo lo íbamos a sobrevivir. Y durante todo el cautiverio nos pedía rezar todos los días y entonar el Himno nacional. Y nos animaba al perdón. Luego de la aparición de su cuerpo en Rosario, la revista Gente publicó un diario de su cautiverio, que mi padre llevaba a escondidas. Allí supimos que solo una vez les vio la cara a sus secuestradores, por lo que fue encadenado al camastro. Cuando se halló el cadáver, él pesaba 48 kilos menos.

-¿Qué elementos permiten comprobar que fue sometido a torturas?

-Primero, la autopsia. El ERP, en el momento en que abandonó su cuerpo en un baldío, dejó trascender que Larrabure se había suicidado. Cuando se abrió la causa judicial en 2007, le dije a mi abogado que era una buena oportunidad para analizar la autopsia. Cuatro peritos descubrieron que cuando fue asesinado mi padre tenía rastros de alcohol en sangre, más de 3,21, por lo que uno deduce que fue inducido a un coma alcohólico y no se podía defender y mucho menos suicidar. El cuerpo tenía signos de torturas.

-¿Los secuestradores habían pedidos rescate?

-Sí, cuando el Ejército y la familia pedimos una prueba de vida fui con mi hermana a buscar una carta en una confitería de Once, en un baño, en la que mi padre decía que había un pedido de canje por prisioneros guerrilleros, como Invernizzi, Carlos Ponce de León y Osvaldo De Benedetti. Pero ese pedido de canje no prosperó porque el Ejército no quiso negociar con los guerrilleros y la presidenta María Estela Martínez de Perón tampoco. Incluso, ella suspendió una audiencia que tenía programada para recibir a mi madre.

-¿Cómo se enteraron ustedes del desenlace?

-Porque el ERP hizo un comunicado en el que decían: vayan a tal lugar, que van a encontrar un bulto que les va a interesar. Era en un barrio periférico de Rosario. A partir de ahí se desencadenó todo y se confirmaron las sospechas sobre el trato inhumano y los tormentos que le habían aplicado.

-¿Cómo evalúan hoy, a la distancia, la negativa del Ejército a negociar un canje?

-El Ejército fue contundente. Dijo que si aceptaba canjear a los prisioneros, al día siguiente iban a secuestrar a diez militares más. En los años del kirchnerismo, la Universidad Nacional de Villa María realizó el documental “El copamiento”, en el que entrevistó a los que atacaron la fábrica militar. Y ellos lo cuentan como si fuera una hazaña. Nosotros lo presentamos como prueba judicial, pero la Corte Suprema decidió no analizar esa prueba.

-¿Cómo recibió la decisión de la Corte de declarar abstracto el caso?

-La Corte se lavó las manos como Poncio Pilatos, no ha querido juzgar. Las pruebas están a la vista. La historia le reclama a la Justicia que sea ejemplar y los jueces adoptan una actitud “abstracta”, una palabra que no significa nada. Como Juan Arnold Kremer, uno de los líderes del ERP imputados como máximo responsable, había fallecido, los que actuaron bajo sus órdenes deben ser absueltos. Por otro lado, Italia pidió la extradición de un antiguo miembro de las Brigadas Rojas y la Argentina se niega a concederla. Hay una mirada complaciente sobre aquellos que atacaron a la república en plena democracia.

-¿A qué lo atribuye?

-Todavía tienen miedo. Cuando el ERP asesinó al juez Jorge Vicente Quiroga en abril de 1974, a partir de ahí se quebró la Justicia y nadie quiso juzgarlos más. Estamos lejos de una Justicia ejemplar.

-¿Cómo se recuerda hoy a su padre en el Ejército?

-Como un héroe. Como un mártir que dio su vida por la patria. En uno de sus textos escritos, dejó un claro testimonio: “A Dios, que con tu sabiduría omnipotente has determinado este calvario, a ti te invoco para que me dé fuerzas. A mi muy amada esposa, para que sobrepongas tu abatido espíritu por la fuerza en Dios. A mis hijos, para que sepan perdonar”. Como familia hemos puesto la mejilla una y mil veces.  /La Nación