Sábado 22 de Noviembre de 2025, 05:21

EL MAS APARATOSO. Carlos Marcovich imaginó que podría simular su muerte para escapar a sus deudas. Para ello asesinó a un indigente y lo quemó. Fue uno de los casos policiales más resonantes de la historia criminal tucumana.
La reciente captura en Brasil del entrenador tucumano Marcelo Jesús Rivas —condenado por abuso sexual y evadido desde hace más de dos años— volvió a poner en primer plano un interrogante que la Justicia y la Policía arrastran desde hace décadas: ¿qué tan difícil es mantenerse prófugo en Tucumán?
La respuesta, coinciden los investigadores, no es única. Depende del dinero disponible, del modo de vida en la clandestinidad, del apoyo externo y, en muchos casos, de una suma de omisiones institucionales.
“Los recursos del fugitivo son determinantes. No es lo mismo alguien sin dinero que otro con capacidad para financiar su huida”, explicó el comisario Miguel Carabajal, jefe de la ex Brigada de Investigaciones.
Las estadísticas informales de los últimos años respaldan esa afirmación: los prófugos con medios económicos y redes de contención suelen permanecer mucho más tiempo ocultos y, sobre todo, fuera del radar.
El ejemplo más resonante es el del femicida Roberto Rejas, quien tras asesinar a Milagros Avellaneda y a su hijo Benicio logró escapar, pero fue detenido menos de un mes después en un camping salteño: esperaba dinero para continuar camino a Bolivia.
Casos opuestos son los de Miguel “Miguelón” Figueroa, quien invirtió una fortuna en cirugías estéticas y en alquilar departamentos temporarios para no dormir dos noches en el mismo lugar, o el de Luis Piccinetti, capturado en Bolivia luego de pasar cuatro años moviéndose entre prostíbulos y relaciones con personas influyentes.
Para los investigadores, el comportamiento del fugitivo durante su vida clandestina también influye. Si reincide en delitos, las chances de ser atrapado aumentan. Así ocurrió con Darío Pérez, ex policía acusado de matar al juez de Menores Héctor Aráoz: estuvo casi una década prófugo, con vínculos presuntos con narcos en Bolivia y Paraguay, hasta que cayó en julio de este año y fue condenado a perpetua.
Otros prófugos tucumanos llevaron vidas insólitas mientras eran buscados. Es el caso de Carlos Marcovich, quien fingió su muerte tras cometer un crimen y terminó convertido en héroe barrial al salvar a un vecino del ataque de un perro; nadie sabía quién era realmente.
El acceso a recursos determina incluso el destino: Enrique “Ricky” Puenzo, acusado del transfemicidio de Alejandra “Power” Benítez y luego absuelto, desapareció antes de un nuevo juicio y lo último que se supo de él fue una foto en una playa de Cancún. Del ex procurador Miguel Vega —condenado por el crimen del panadero Carlos Chequer— se confirmó que huyó de Tucumán durante su prisión domiciliaria y fue arrestado meses después en Chile, tras ser detectado usando una billetera virtual falsa.
El Estado suele recurrir a otro mecanismo: el ofrecimiento de recompensas. Pero, según especialistas, los montos actuales pocas veces resultan efectivos. “Alguien que colabora necesita cambiar su vida para no sufrir represalias. Con $ 5 millones —la recompensa máxima nacional, vigente desde hace años— nadie puede hacerlo”, señalan. Aun así, algunos casos terminaron con entregas voluntarias: el de Facundo Ale y de David “Petiso David” Lobo, cuyos entornos decidieron entregarlos tras enterarse de que la Provincia ofrecía $ 30 millones.
La lista de fugitivos tucumanos tiene un nombre que persiste desde 2007: Jorge Orlando Vera, acusado de asesinar a su esposa y a sus dos hijos en Los Pizarro. Es el único tucumano que permanece en el registro nacional con recompensa activa.
La ruta de escape más frecuente, reconocen los investigadores, es la frontera con Bolivia, a poco más de 500 kilómetros, donde la presencia de pasos clandestinos facilita la evasión. “El problema no es la falta de controles, sino lo sencillo que es cruzar por los caminos ilegales”, dijo Carabajal.
A ello se suma otro factor delicado: muchos prófugos se escapan por fallas u omisiones de las propias instituciones, lo que obliga primero a reconstruir cómo se produjo la fuga antes de iniciar la búsqueda. Una combinación peligrosa en un escenario donde el dinero, el azar y la porosidad fronteriza siguen siendo aliados clave para quienes deciden desaparecer.
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