Un ejemplo de humanidad en medio de la Guerra de Malvinas

Domingo 09 de Noviembre de 2025, 14:54

El militar argentino al recoger al inglés



En medio de los combates más duros de la Guerra de Malvinas, cuando la muerte parecía ser la única certeza, un gesto de humanidad logró trascender la pólvora, el frío y el odio. Fue el 21 de mayo de 1982, en las costas heladas de Puerto Yapeyú, Isla Soledad, cuando el Teniente Primero Sergio “El Gallego” Fernández, integrante del Comando 601, derribó con un misil a un avión británico… pero luego arriesgó su vida para salvar al piloto enemigo.

Dos días antes, el 19 de mayo, la tensión en el frente argentino era máxima. Los servicios de inteligencia advertían que el desembarco inglés en Isla Soledad era inminente. Desde el mando se ordenó movilizar a casi toda la Compañía de Comandos 601 hacia Isla Gran Malvina, tras detectar “movimientos sospechosos”.

El jefe de la unidad, mayor Mario Castagneto, sabía que el enemigo estaba por atacar, y que el control del aire sería clave. Por eso decidió formar una Sección de Emboscada Antiaérea. No dudó en quién debía liderarla: Sergio Fernández, considerado el mejor apuntador del sistema “Blow Pipe” de la Argentina, un lanzamisiles portátil de fabricación británica con un alcance de tres kilómetros y una velocidad cercana a Mach 1.

En las primeras luces del 21 de mayo, Fernández, el capitán Ricardo Frecha y el cabo primero Jorge Martínez tomaron posición en una altura cercana al Regimiento de Infantería 5, en Puerto Yapeyú. De pronto, entre la bruma del amanecer, apareció un Sea Harrier británico, el cazabombardero más temido por los soldados argentinos, surcando el mar casi al ras del agua.

“El Gallego” esperó con sangre fría. Dejó que el avión se acercara hasta quedar a distancia efectiva. Entonces disparó.
El misil surcó el aire y, segundos después, una bola de fuego iluminó el cielo austral. El Harrier, pilotado por el teniente Jeff Glover, se desintegraba sobre las aguas heladas. Pero antes del impacto final, algo cambió el destino de ambos hombres: se abrió un paracaídas.

La carrera contra la muerte

Fernández observó en silencio. Luego recordaría: “Estaba feliz por haber hecho bolsa al avión, y doblemente feliz porque el inglés se había salvado. Yo no quería matarlo. Quería detenerlo.”

El paracaídas cayó al mar, a unos 1.800 metros de la costa. Las aguas del Atlántico Sur, a pocos grados sobre cero, podían matar en cuestión de minutos. Los comandos no lo dudaron: salieron corriendo como alma que lleva el diablo. Cruzaron el terreno hostil, tropezando entre piedras y cráteres, sin saber si llegarían a tiempo.

Por un golpe de suerte —o del destino— encontraron un bote abandonado. El cabo primero Eduardo Ibarra se lanzó al rescate. Minutos después, lograron sacar al piloto inglés, tiritando y morado, pero con vida.

El gesto que lo cambió todo

En la orilla, Fernández le dio su propia campera de duvet para abrigarlo. Lo ayudó a caminar y lo llevó hasta el puesto de socorro, donde el doctor Llanos le brindó atención médica. En un acto que conmovió a todos, el propio Glover, aún temblando de frío, ofreció donar su sangre para un soldado argentino herido.

Al día siguiente, el piloto británico fue evacuado en helicóptero hacia un buque hospital. Antes de partir, Sergio se acercó y lo miró a los ojos:

—Soy el que te derribó —le dijo.

—Me place estar vivo —respondió Glover.

—A mí también que lo estés —contestó el Gallego.

Ese breve diálogo, en medio de una guerra sin sentido, dejó una huella imborrable. Dos enemigos que se reconocían como hombres, no como bandos.

El reencuentro, más de tres décadas después

Pasaron 34 años hasta que el destino los volvió a reunir. En 2016, ya lejos de las islas, Sergio Fernández y Jeff Glover se encontraron en el Hotel Alvear de Buenos Aires. Sin uniformes, sin armas, sin guerra. Compartieron cuatro horas de desayuno, reconstruyendo paso a paso aquel día que unió sus vidas.

Al final, se dieron el abrazo que la guerra les había negado.

“El Gallego”, conmovido, dijo entonces: “Ese abrazo fue el que nos teníamos que dar. Si Dios quiso que sobreviviéramos, fue para que seamos mejores.”eviviéramos, fue para que seamos mejores.”